"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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La araucana - Alonso de Ercilla - Libro III

Alonso de Ercilla La Araucana. Tercera parte Colección Averroes Colección Averroes Consejería de Educación y Ciencia Junta de Andalucía ÍNDICE Tercera parte de La Araucana de don Alonso de Ercilla y Çúñiga........................................................................................ 5 Canto XXX........................................................................ 5 Canto XXXI..................................................................... 66 Canto XXXII ................................................................... 82 Canto XXXIII .................................................................111 Canto XXXIIII............................................................... 138 Canto XXXV ................................................................. 159 Canto XXXVI ................................................................ 175 Canto XXXVII............................................................... 190 Tabla de las cosas más notables desta Tercera parte de La Araucana ................................................................................ 214 La Araucana 5 Tercera parte de La Araucana de don Alonso de Ercilla y Çúñiga Canto XXX Contiene este canto el fin que tuvo el combate de tucapel y rengo. Asimismo lo que Pran, araucano, pasó con el indio Andresillo, yanacona de los españoles Cualquiera desafío es reprobado por ley divina y natural derecho, cuando no va el designio enderezado al bien común y universal provecho, y no por causa propia y fin privado mas por autoridad pública hecho, que es la que en los combates y estacadas justifica las armas condenadas. Muchos querrán decir que el desafío es de derecho y de costumbre usada pues con el ser del hombre y albedrío justamente la ira fue criada; pero sujeta al freno y señorío de la razón, a quien encomendada Alonso de Ercilla 6 quedó, para que así la corrigiese que los términos justos no excediese. Y el Profeta nos da por documento que en ocasión y a tiempo nos airemos, pero con tal templanza y regimiento que de la raya y punto no pasemos, pues dejados llevar del movimiento, el ser y la razón de hombres perdemos y es visto que difiere en muy poco el hombre airado y el furioso loco. Y aunque se diga, y es verdad, que sea ímpetu natural el que nos lleva, y por la alteración de ira se vea que a combatir la voluntad se mueva, la ejecución, el acto, la pelea es lo que se condena y se reprueba cuando aquella pasión que nos induce, al yugo de razón no se reduce. Por donde claramente, si se mira, parece como parte conveniente, ser en el hombre natural la ira en cuanto a la razón fuere obediente; y en la causa común puesta la mira, puede contra el campión el combatiente usar della en el tiempo necesario, como contra legítimo adversario. La Araucana 7 Mas si es el combatir por gallardía, o por jatancia vana o alabanza, o por mostrar la fuerza y valentía, o por rencor, por odio, o por venganza; si es por declaración de la porfía remitiendo a las armas la probanza, es el combate injusto, es prohibido, aunque esté en la costumbre recebido. Tenemos hoy la prueba aquí en la mano de Rengo y Tucapel, que peleando por sólo presunción y orgullo vano como fieras se están despedazando; y con protervia y ánimo inhumano de llegarse a la muerte trabajando, estaban ya los dos tan cerca della cuanto lejos de justa su querella. Digo que los combates, aunque usados, por corrupción del tiempo introducidos, son de todas las leyes condenados y en razón militar no permitidos, salvo en algunos casos reservados que serán a su tiempo referidos, materia a los soldados importante según que lo veremos adelante. Déjolo aquí indeciso, porque viendo el brazo en alto a Tucapel alzado, Alonso de Ercilla 8 me culpo, me castigo y reprehendo de haberle tanto tiempo así dejado; pero a la historia y narración volviendo, me oísteis ya gritar a Rengo airado, que bajaba sobre él la fiera espada por el gallardo brazo gobernada: el cual viéndose junto, y que no pudo huir del grave golpe la caída, alzó con ambas manos el escudo, la persona debajo recogida; no se detuvo en él el filo agudo, ni bastó la celada aunque fornida, que todo lo cortó, y llegó a la frente abriendo una abundante y roja fuente. Quedó por grande rato adormecido y en pie difícilmente se detuvo, que, del recio dolor desvanecido, fuera de acuerdo vacilando anduvo; pero volviendo a tiempo en su sentido, visto el último término en que estuvo, de manera cerró con Tucapelo que estuvo en punto de batirle al suelo. Hallóle tan vecino y descompuesto que por poco le hubiera trabucado, que de la gran pujanza que había puesto, anduvo de los pies desbaratado; La Araucana 9 pero volviendo a recobrarse presto, viéndose del contrario así aferrado, le echó los fuertes y ñudosos brazos pensando deshacerle en mil pedazos, y con aquella fuerza sin medida, le suspende, sacude y le rodea; mas Rengo, la persona recogida, la suya a tiempo y la destreza emplea. No la falta de sangre allí vertida ni el largo y gran tesón en la pelea les menguaba la fuerza y ardimiento, antes iba el furor en crecimiento. En esto Rengo a tiempo el pie trocado del firme Tucapel ciñó el derecho, y entre los duros brazos apretado cargó sobre él con fuerza el duro pecho. Fue tanto el forcejar, que ambos de lado, sin poderlo escusar, a su despecho, dieron a un tiempo en tierra de manera como si un muro o torreón cayera. Pero con rabia nueva y mayor fuego comienzan por el campo a revolcarse y con puños de tierra a un tiempo luego procuran y trabajan por cegarse, tanto que al fin el uno y otro ciego, no pudiendo del hierro aprovecharse, Alonso de Ercilla 10 con las agudas uñas y los dientes se muerden y apedazan impacientes. Así, fieros, sangrientos y furiosos, cuál ya debajo, cuál ya encima andaban, y los roncos acezos presurosos del apretado pecho resonaban; mas no por esto un punto vagorosos en la rabia y el ímpetu aflojaban, mostrando en el tesón y larga prueba criar aliento nuevo y fuerza nueva. Eran pasadas ya tres horas, cuando los dos campiones, de valor iguales, en la creciente furia declinando dieron muestra y señal de ser mortales, que las últimas fuerzas apurando sin poderse vencer, quedaron tales que ya en parte ninguna se movían y más muertos que vivos parecían. Estaban par a par desacordados, faltos de sangre, de vigor y aliento, los pechos garleando levantados, llenos de polvo y de sudor sangriento; los brazos y los pies enclavijados, sin muestra ni señal de sentimiento, aunque de Tucapel pudo notarse haber más porfiado a levantarse. La Araucana 11 La pierna diestra y diestro brazo echado sobre el contrario a la sazón tenía, lo cual de sus amigos fue juzgado ser notoria ventaja y mejoría y aunque esto es hoy de muchos disputado, ninguno de los dos se rebullía, mostrando ambos de vivos solamente el ronco aliento y corazón latiente. El gran Caupolicano, que asistiendo como juez de la batalla estaba, el grave caso y pérdida sintiendo, apriesa en la estacada plaza entraba; el cual, sin detenerse un punto, viendo que alguna sangre y vida les quedaba, los hizo levantar en dos tablones a doce los más ínclitos varones. Y siguiendo detrás con todo el resto de la nobleza y gente más preciada, fue con honra solene y pompa puesto cada cual en su tienda señalada, donde acudiendo a los remedios presto, y la sangre con tiempo restañada, la cura fue de suerte que la vida les fue en breve sazón restituida. Pasado el punto y término temido, iban los dos a un tiempo mejorando, Alonso de Ercilla 12 aunque del caso Tucapel sentido, no dejaba curarse braveando; pero el prudente General sufrido, con blandura la cólera templando, así de poco en poco le redujo que a la razón doméstica le trujo. Quedó entre ellos la paz establecida, y con solennidad capitulado, que en todo lo restante de la vida no se tratase más de lo pasado, ni por cosa de nuevo sucedida en público lugar ni reservado pudiesen combatir ni armar quistiones ni atravesarse en dichos ni en razones; mas siempre como amigos generosos en todas ocasiones se tratasen y en los casos y trances peligrosos se acudiesen a tiempo y ayudasen. Convenidos así los dos famosos, porque más los conciertos se afirmasen comieron y bebieron juntamente con grande aplauso y fiesta de la gente. Dejarélos aquí desta manera en su conformidad y ayuntamiento, que me importa volver a la ribera del río que muda nombre en cada asiento, La Araucana 13 pues ha mucho que falto y ando fuera de nuestro molestado alojamiento, para decir el punto en que se halla después del trance y última batalla. Luego que la vitoria conseguimos con más pérdida y daño que ganancia, al fuerte a más andar nos recogimos, que estaba del lugar larga distancia y aunque poco después, Señor, tuvimos otros muchos rencuentros de importancia no sin costa de sangre y gran trabajo iré, por no cansaros, al atajo. Y pasando en silencio otra batalla sangrienta de ambas partes y reñida, que aunque por no ser largo aquí se calla, será de otro escritor encarecida. Vista de munición y vitualla la plaza por dos meses bastecida, pareció por entonces provechoso dejar por capitán allí a Reinoso que las demás ciudades, trabajadas de las pasadas guerras, nos llamaban, y las leyes sin fuerza arrinconadas, aunque mudas, de lejos voceaban; las cosas de su asiento desquiciadas, todos sin gobernarse gobernaban, Alonso de Ercilla 14 estando de perderse el reino a canto por falta de gobierno, habiendo tanto. Mas viendo la comarca tan poblada, fértil de todas cosas y abundante, para fundar un pueblo aparejada y el sitio a la sazón muy importante, quedó primero la ciudad trazada, de la cual hablaremos adelante, que aunque de buen principio y fundamento mudó después el nombre y el asiento. Dejando, pues, en guarda de la tierra los más diestros y pláticos soldados, en orden de batalla y són de guerra rompimos por los términos vedados; y atravesando de Purén la sierra, de la hambre y las armas fatigados, a la Imperial llegamos salvamente donde hospedada fue toda la gente. Puso el Gobernador luego en llegando en libertad las leyes oprimidas, la justicia y costumbres reformando por los turbados tiempos corrompidas, y el exceso y desórdenes quitando de la nueva codicia introducidas, en todo lo demás por buen camino dio la traza y asiento que convino. La Araucana 15 No habíamos aún los cuerpos satisfecho del sueño y hambre mísera transida, cuando tuvimos nueva que de hecho toda la tierra en torno removida, rota la tregua y el contrato hecho, viendo así nuestra fuerza dividida ayuntaban la suya con motivo de no dejar presidio ni hombre vivo. Luego, pues, hasta treinta apercebidos de los que más en orden nos hallamos, por la espesura de Tirú metidos, la barrancosa tierra atravesamos y los tomados pasos desmentidos, no con pocos rebatos arribamos sin parar ni dormir noche ni día, al presidio español y compañía, donde ya nuestra gente había tenido nueva del trato y tierra rebelada, que por estraño caso acontecido, de la junta y designio fue avisada y habiendo alegremente agradecido el socorro y ayuda no pensada, nos dio del caso relación entera, el cual pasa, Señor, desta manera: el araucano ejército, entendiendo que su próspera suerte declinaba Alonso de Ercilla 16 y que Caupolicán iba perdiendo la gran figura en que primero estaba, en secretos concilios discurriendo, del capitán ya odioso murmuraba diciendo que la guerra iba a lo largo por conservar la dignidad del cargo; no con tan suelta voz y atrevimiento que el más libre y osado no temiese, y del menor edicto y mandamiento cuanto una sola mínima excediese: que era tanto el castigo y escarmiento que no se vio jamás quien se atreviese a reprobar el orden por él dado según era temido y respetado. Pero temiendo al fin como prudente el revolver del hado incontrastable y la poca obediencia de su gente, viéndole ya en estado miserable, que la buena fortuna fácilmente lleva siempre tras sí la fe mudable y un mal suceso y otro cada día la más ardiente devoción resfría, quiso, dando otro tiento a la fortuna, que del todo con él se declarase, y no dejar remedio y cosa alguna que para su descargo no intentase. La Araucana 17 Entre muchas, al fin, resuelto en una, antes que su intención comunicase, con la presteza y orden que convino de municiones y armas se previno. No dando, pues, lugar con la tardanza a que el miedo el peligro examinase y algún suceso y súbita mudanza los ánimos del todo resfriase, con animosa muestra y confianza mandó que de la gente se aprestase al tiempo y hora del silencio mudo, el más copioso número que pudo. Hizo una larga plática al Senado, en la cual resolvió que convenía dar el asalto al fuerte por el lado de la posta de Ongolmo al mediodía, que de cierto espión era avisado cómo la gente que en defensa había, demás de estar segura y descuidada, era poca, bisoña y desarmada; que el capitán ausente había llevado la plática en la guerra y escogida, de no volver atrás determinado hasta dejar la tierra reducida y en las nuevas conquistas ocupado, sin poder ser la plaza socorrida, Alonso de Ercilla 18 en breve por asaltos fácilmente podrían entrarla y degollar la gente. Fue tan grave y severo en sus razones y tal la autoridad de su presencia, que se llevó los votos y opiniones en gran conformidad sin diferencia, y con ánimo y firmes intenciones le juraron de nuevo la obediencia y de seguir hasta morir, de veras, en entrambas fortunas sus banderas. Luego Caupolicano resoluto habló con Pran, soldado artificioso, simple en la muestra, en el aspecto bruto, pero agudo, sutil y cauteloso, prevenido, sagaz, mañoso, astuto, falso, disimulado, malicioso, lenguaz, ladino, prático, discreto, cauto, pronto, solícito y secreto, el cual en puridad bien instruido en lo que el arduo caso requería, de pobre ropa y parecer vestido, del presidio español tomó la vía, y fingiendo ser indio foragido se entró por la cristiana ranchería entre los indios mozos de servicio, dando en la simple muestra dello indicio. La Araucana 19 Debajo de la cual miraba atento, sin mostrar atención, lo que pasaba, y con disimulado advertimiento los ocultos designios penetraba; tal vez entrando en el guardado asiento, en la figura rústica, notaba la gente, armas, el orden, sitio y traza, lo más fuerte y lo flaco de la plaza. Por otra parte oyendo y preguntando a las personas menos recatadas, iba mañosamente escudriñando los secretos y cosas reservadas, y aquí y allí los ánimos tentando buscaba con razones disfrazadas vaso capaz y suficiente seno donde vaciar pudiese el pecho lleno. Tentando, pues, los vados y el camino por donde el trato fuese más cubierto, de tiento en tiento y lance en lance, vino a dar consigo en peligroso puerto; que engañado de un bárbaro ladino Andresillo llamado, de concierto salieron juntos a buscar comida, cosa a los yanaconas permitida y con dobles y equívocas razones que Pran a su propósito traía, Alonso de Ercilla 20 vino el otro a decir las vejaciones que el araucano Estado padecía, los insultos, agravios, sinrazones, las muertes, robos, fuerza y tiranía, trayendo a la memoria lastimada el bien perdido y libertad pasada. Visto el crédulo Pran que había salido tan presto el falso amigo a la parada, hallando voluntad y grato oído y el tiempo y la ocasión aparejada, de la engañosa muestra persuadido, el disfrace y la máscara quitada, abrió el secreto pecho y echó fuera la encubierta intención desta manera, diciéndole: «Si sientes, ¡oh soldado!, la pérdida de Arauco lamentable y el infelice término y estado de nuestra opresa patria miserable, hoy la fortuna y poderoso hado, mostrándonos el rostro favorable, ponen sólo en tu mano libremente la vida y salvación de tanta gente. Que el gran Caupolicano, que en la tierra nunca ha sufrido igual ni competencia, y en paz ociosa y en sangrienta guerra tiene el primer lugar y la obediencia, La Araucana 21 quiere (viendo el valor que en ti se encierra, tu industria grande y grande suficiencia) fiar en ocasión tan oportuna el estado común de tu fortuna; y que a ti, como causa, se atribuya el principio y el fin de tan gran hecho, siendo toda la gloria y honra tuya, tuya la autoridad, tuyo el provecho. Sola una cosa quiere que sea suya, con la cual queda ufano y satisfecho, que es haber elegido tal sujeto para tan grande y importante efeto. Pues a ti libremente cometido puede suceso próspero esperarse, y a tu dichosa y buena suerte asido, quiere llevado della aventurarse; y así en figura humilde travestido, porque de mí no puedan recatarse, vengo cual vees, para que deste modo te dé yo parte dello y seas el todo, haciéndote saber cómo querría (si no es de algún oculto inconveniente) dar el asalto al fuerte a mediodía con furia grande y número de gente, por haberle avisado cierta espía que en aquella sazón seguramente Alonso de Ercilla 22 descansan en sus lechos los soldados, de la molesta noche trabajados, y sin recato la ferrada puerta, no siendo a nadie entonces reservada, franca de par en par, siempre está abierta y la gente durmiendo descuidada; la cual de salto fácilmente muerta y la plaza después desmantelada, en la región antártica no queda quien resistir nuestra pujanza pueda. Así que de tu ayuda confiado que todo se lo allana y asegura, cerca de aquí tres leguas ha llegado cubierto de la noche y sombra escura; adonde de su ejército apartado debajo de palabra y fe segura, quiere comunicar solo contigo lo que sumariamente aquí te digo. Ensancha, ensancha el pecho, que si quieres gozar desta ventura prometida, demás del grande honor que consiguieres siendo por ti la patria redimida, sólo a ti deberás lo que tuvieres y a ti te deberán todos la vida, siendo siempre de nos reconocido haberla de tu mano recebido. La Araucana 23 Mira, pues, lo que desto te parece, conoce el tiempo y la ocasión dichosa, no seas ingrato al cielo que te ofrece por sólo que la acetes tan gran cosa; da la mano a tu patria, que perece en dura servidumbre vergonzosa, y pide aquello que pedir se puede, que todo desde aquí se te concede». Dio fin con esto a su razón, atento al semblante del indio sosegado, que sin alteración y movimiento hasta acabar la plática había estado: el cual con rostro y parecer contento aunque con pecho y ánimo doblado, a las ofertas y razón propuesta dio sin más detenerse esta respuesta: «¿Quién pudiera aquí dar bastante indicio de mi intrínsico gozo y alegría de ver que esté en mi mano el beneficio de la cara y amada patria mía? Que ni riqueza, honor, cargo ni oficio, ni el gobierno del mundo y monarquía podrán tanto conmigo en este hecho cuanto el común y general provecho: que sufrir no se puede la insolencia desta ambiciosa gente desfrenada Alonso de Ercilla 24 ni el disoluto imperio y la violencia con que la libertad tiene usurpada. Por lo cual la Divina Providencia tiene ya la sentencia declarada, y el ejemplar castigo merecido al araucano brazo cometido. Vuelve a Caupolicán, y de mi parte mi pronta voluntad le ofrece cierta, que cuanto en esto quieras alargarte, te sacaré yo a salvo de la oferta; y mañana, sin duda, por la parte de la inculta marina más desierta seré con él, do trataremos largo desto que desde aquí tomo a mi cargo. Por la sospecha que nacer podría será bien que los dos nos apartemos y deshecha por hoy la compañía, adonde nos aguardan arribemos; que mañana de espacio a mediodía con mayor libertad nos hablaremos, y de mí quedarás más satisfecho. ¡Adiós, que es tarde; adiós, que es largo el trecho!» Así luego partieron, el camino llevándole diverso y diferente, que el uno al araucano campo vino y el otro adonde estaba nuestra gente; La Araucana 25 el cual con gozo y ánimo malino hablando al capitán secretamente, le dijo punto a punto todo cuanto oirá quien escuchare el otro canto. Alonso de Ercilla 26 Cualquiera desafío es reprobado por ley divina y natural derecho, cuando no va el designio enderezado al bien común y universal provecho, y no por causa propia y fin privado mas por autoridad pública hecho, que es la que en los combates y estacadas justifica las armas condenadas. Muchos querrán decir que el desafío es de derecho y de costumbre usada pues con el ser del hombre y albedrío justamente la ira fue criada; pero sujeta al freno y señorío de la razón, a quien encomendada quedó, para que así la corrigiese que los términos justos no excediese. Y el Profeta nos da por documento que en ocasión y a tiempo nos airemos, pero con tal templanza y regimiento que de la raya y punto no pasemos, pues dejados llevar del movimiento, el ser y la razón de hombres perdemos y es visto que difiere en muy poco el hombre airado y el furioso loco. Y aunque se diga, y es verdad, que sea ímpetu natural el que nos lleva, La Araucana 27 y por la alteración de ira se vea que a combatir la voluntad se mueva, la ejecución, el acto, la pelea es lo que se condena y se reprueba cuando aquella pasión que nos induce, al yugo de razón no se reduce. Por donde claramente, si se mira, parece como parte conveniente, ser en el hombre natural la ira en cuanto a la razón fuere obediente; y en la causa común puesta la mira, puede contra el campión el combatiente usar della en el tiempo necesario, como contra legítimo adversario. Mas si es el combatir por gallardía, o por jatancia vana o alabanza, o por mostrar la fuerza y valentía, o por rencor, por odio, o por venganza; si es por declaración de la porfía remitiendo a las armas la probanza, es el combate injusto, es prohibido, aunque esté en la costumbre recebido. Tenemos hoy la prueba aquí en la mano de Rengo y Tucapel, que peleando por sólo presunción y orgullo vano como fieras se están despedazando; Alonso de Ercilla 28 y con protervia y ánimo inhumano de llegarse a la muerte trabajando, estaban ya los dos tan cerca della cuanto lejos de justa su querella. Digo que los combates, aunque usados, por corrupción del tiempo introducidos, son de todas las leyes condenados y en razón militar no permitidos, salvo en algunos casos reservados que serán a su tiempo referidos, materia a los soldados importante según que lo veremos adelante. Déjolo aquí indeciso, porque viendo el brazo en alto a Tucapel alzado, me culpo, me castigo y reprehendo de haberle tanto tiempo así dejado; pero a la historia y narración volviendo, me oísteis ya gritar a Rengo airado, que bajaba sobre él la fiera espada por el gallardo brazo gobernada: el cual viéndose junto, y que no pudo huir del grave golpe la caída, alzó con ambas manos el escudo, la persona debajo recogida; no se detuvo en él el filo agudo, ni bastó la celada aunque fornida, La Araucana 29 que todo lo cortó, y llegó a la frente abriendo una abundante y roja fuente. Quedó por grande rato adormecido y en pie difícilmente se detuvo, que, del recio dolor desvanecido, fuera de acuerdo vacilando anduvo; pero volviendo a tiempo en su sentido, visto el último término en que estuvo, de manera cerró con Tucapelo que estuvo en punto de batirle al suelo. Hallóle tan vecino y descompuesto que por poco le hubiera trabucado, que de la gran pujanza que había puesto, anduvo de los pies desbaratado; pero volviendo a recobrarse presto, viéndose del contrario así aferrado, le echó los fuertes y ñudosos brazos pensando deshacerle en mil pedazos, y con aquella fuerza sin medida, le suspende, sacude y le rodea; mas Rengo, la persona recogida, la suya a tiempo y la destreza emplea. No la falta de sangre allí vertida ni el largo y gran tesón en la pelea les menguaba la fuerza y ardimiento, antes iba el furor en crecimiento. Alonso de Ercilla 30 En esto Rengo a tiempo el pie trocado del firme Tucapel ciñó el derecho, y entre los duros brazos apretado cargó sobre él con fuerza el duro pecho. Fue tanto el forcejar, que ambos de lado, sin poderlo escusar, a su despecho, dieron a un tiempo en tierra de manera como si un muro o torreón cayera. Pero con rabia nueva y mayor fuego comienzan por el campo a revolcarse y con puños de tierra a un tiempo luego procuran y trabajan por cegarse, tanto que al fin el uno y otro ciego, no pudiendo del hierro aprovecharse, con las agudas uñas y los dientes se muerden y apedazan impacientes. Así, fieros, sangrientos y furiosos, cuál ya debajo, cuál ya encima andaban, y los roncos acezos presurosos del apretado pecho resonaban; mas no por esto un punto vagorosos en la rabia y el ímpetu aflojaban, mostrando en el tesón y larga prueba criar aliento nuevo y fuerza nueva. Eran pasadas ya tres horas, cuando los dos campiones, de valor iguales, La Araucana 31 en la creciente furia declinando dieron muestra y señal de ser mortales, que las últimas fuerzas apurando sin poderse vencer, quedaron tales que ya en parte ninguna se movían y más muertos que vivos parecían. Estaban par a par desacordados, faltos de sangre, de vigor y aliento, los pechos garleando levantados, llenos de polvo y de sudor sangriento; los brazos y los pies enclavijados, sin muestra ni señal de sentimiento, aunque de Tucapel pudo notarse haber más porfiado a levantarse. La pierna diestra y diestro brazo echado sobre el contrario a la sazón tenía, lo cual de sus amigos fue juzgado ser notoria ventaja y mejoría y aunque esto es hoy de muchos disputado, ninguno de los dos se rebullía, mostrando ambos de vivos solamente el ronco aliento y corazón latiente. El gran Caupolicano, que asistiendo como juez de la batalla estaba, el grave caso y pérdida sintiendo, apriesa en la estacada plaza entraba; Alonso de Ercilla 32 el cual, sin detenerse un punto, viendo que alguna sangre y vida les quedaba, los hizo levantar en dos tablones a doce los más ínclitos varones. Y siguiendo detrás con todo el resto de la nobleza y gente más preciada, fue con honra solene y pompa puesto cada cual en su tienda señalada, donde acudiendo a los remedios presto, y la sangre con tiempo restañada, la cura fue de suerte que la vida les fue en breve sazón restituida. Pasado el punto y término temido, iban los dos a un tiempo mejorando, aunque del caso Tucapel sentido, no dejaba curarse braveando; pero el prudente General sufrido, con blandura la cólera templando, así de poco en poco le redujo que a la razón doméstica le trujo. Quedó entre ellos la paz establecida, y con solennidad capitulado, que en todo lo restante de la vida no se tratase más de lo pasado, ni por cosa de nuevo sucedida en público lugar ni reservado La Araucana 33 pudiesen combatir ni armar quistiones ni atravesarse en dichos ni en razones; mas siempre como amigos generosos en todas ocasiones se tratasen y en los casos y trances peligrosos se acudiesen a tiempo y ayudasen. Convenidos así los dos famosos, porque más los conciertos se afirmasen comieron y bebieron juntamente con grande aplauso y fiesta de la gente. Dejarélos aquí desta manera en su conformidad y ayuntamiento, que me importa volver a la ribera del río que muda nombre en cada asiento, pues ha mucho que falto y ando fuera de nuestro molestado alojamiento, para decir el punto en que se halla después del trance y última batalla. Luego que la vitoria conseguimos con más pérdida y daño que ganancia, al fuerte a más andar nos recogimos, que estaba del lugar larga distancia y aunque poco después, Señor, tuvimos otros muchos rencuentros de importancia Alonso de Ercilla 34 no sin costa de sangre y gran trabajo iré, por no cansaros, al atajo. Y pasando en silencio otra batalla sangrienta de ambas partes y reñida, que aunque por no ser largo aquí se calla, será de otro escritor encarecida. Vista de munición y vitualla la plaza por dos meses bastecida, pareció por entonces provechoso dejar por capitán allí a Reinoso que las demás ciudades, trabajadas de las pasadas guerras, nos llamaban, y las leyes sin fuerza arrinconadas, aunque mudas, de lejos voceaban; las cosas de su asiento desquiciadas, todos sin gobernarse gobernaban, estando de perderse el reino a canto por falta de gobierno, habiendo tanto. Mas viendo la comarca tan poblada, fértil de todas cosas y abundante, para fundar un pueblo aparejada y el sitio a la sazón muy importante, quedó primero la ciudad trazada, de la cual hablaremos adelante, que aunque de buen principio y fundamento mudó después el nombre y el asiento. La Araucana 35 Dejando, pues, en guarda de la tierra los más diestros y pláticos soldados, en orden de batalla y són de guerra rompimos por los términos vedados; y atravesando de Purén la sierra, de la hambre y las armas fatigados, a la Imperial llegamos salvamente donde hospedada fue toda la gente. Puso el Gobernador luego en llegando en libertad las leyes oprimidas, la justicia y costumbres reformando por los turbados tiempos corrompidas, y el exceso y desórdenes quitando de la nueva codicia introducidas, en todo lo demás por buen camino dio la traza y asiento que convino. No habíamos aún los cuerpos satisfecho del sueño y hambre mísera transida, cuando tuvimos nueva que de hecho toda la tierra en torno removida, rota la tregua y el contrato hecho, viendo así nuestra fuerza dividida ayuntaban la suya con motivo de no dejar presidio ni hombre vivo. Alonso de Ercilla 36 Luego, pues, hasta treinta apercebidos de los que más en orden nos hallamos, por la espesura de Tirú metidos, la barrancosa tierra atravesamos y los tomados pasos desmentidos, no con pocos rebatos arribamos sin parar ni dormir noche ni día, al presidio español y compañía, donde ya nuestra gente había tenido nueva del trato y tierra rebelada, que por estraño caso acontecido, de la junta y designio fue avisada y habiendo alegremente agradecido el socorro y ayuda no pensada, nos dio del caso relación entera, el cual pasa, Señor, desta manera: el araucano ejército, entendiendo que su próspera suerte declinaba y que Caupolicán iba perdiendo la gran figura en que primero estaba, en secretos concilios discurriendo, del capitán ya odioso murmuraba diciendo que la guerra iba a lo largo por conservar la dignidad del cargo; no con tan suelta voz y atrevimiento que el más libre y osado no temiese, La Araucana 37 y del menor edicto y mandamiento cuanto una sola mínima excediese: que era tanto el castigo y escarmiento que no se vio jamás quien se atreviese a reprobar el orden por él dado según era temido y respetado. Pero temiendo al fin como prudente el revolver del hado incontrastable y la poca obediencia de su gente, viéndole ya en estado miserable, que la buena fortuna fácilmente lleva siempre tras sí la fe mudable y un mal suceso y otro cada día la más ardiente devoción resfría, quiso, dando otro tiento a la fortuna, que del todo con él se declarase, y no dejar remedio y cosa alguna que para su descargo no intentase. Entre muchas, al fin, resuelto en una, antes que su intención comunicase, con la presteza y orden que convino de municiones y armas se previno. No dando, pues, lugar con la tardanza a que el miedo el peligro examinase y algún suceso y súbita mudanza los ánimos del todo resfriase, Alonso de Ercilla 38 con animosa muestra y confianza mandó que de la gente se aprestase al tiempo y hora del silencio mudo, el más copioso número que pudo. Hizo una larga plática al Senado, en la cual resolvió que convenía dar el asalto al fuerte por el lado de la posta de Ongolmo al mediodía, que de cierto espión era avisado cómo la gente que en defensa había, demás de estar segura y descuidada, era poca, bisoña y desarmada; que el capitán ausente había llevado la plática en la guerra y escogida, de no volver atrás determinado hasta dejar la tierra reducida y en las nuevas conquistas ocupado, sin poder ser la plaza socorrida, en breve por asaltos fácilmente podrían entrarla y degollar la gente. Fue tan grave y severo en sus razones y tal la autoridad de su presencia, que se llevó los votos y opiniones en gran conformidad sin diferencia, y con ánimo y firmes intenciones le juraron de nuevo la obediencia La Araucana 39 y de seguir hasta morir, de veras, en entrambas fortunas sus banderas. Luego Caupolicano resoluto habló con Pran, soldado artificioso, simple en la muestra, en el aspecto bruto, pero agudo, sutil y cauteloso, prevenido, sagaz, mañoso, astuto, falso, disimulado, malicioso, lenguaz, ladino, prático, discreto, cauto, pronto, solícito y secreto, el cual en puridad bien instruido en lo que el arduo caso requería, de pobre ropa y parecer vestido, del presidio español tomó la vía, y fingiendo ser indio foragido se entró por la cristiana ranchería entre los indios mozos de servicio, dando en la simple muestra dello indicio. Debajo de la cual miraba atento, sin mostrar atención, lo que pasaba, y con disimulado advertimiento los ocultos designios penetraba; tal vez entrando en el guardado asiento, en la figura rústica, notaba la gente, armas, el orden, sitio y traza, lo más fuerte y lo flaco de la plaza. Alonso de Ercilla 40 Por otra parte oyendo y preguntando a las personas menos recatadas, iba mañosamente escudriñando los secretos y cosas reservadas, y aquí y allí los ánimos tentando buscaba con razones disfrazadas vaso capaz y suficiente seno donde vaciar pudiese el pecho lleno. Tentando, pues, los vados y el camino por donde el trato fuese más cubierto, de tiento en tiento y lance en lance, vino a dar consigo en peligroso puerto; que engañado de un bárbaro ladino Andresillo llamado, de concierto salieron juntos a buscar comida, cosa a los yanaconas permitida y con dobles y equívocas razones que Pran a su propósito traía, vino el otro a decir las vejaciones que el araucano Estado padecía, los insultos, agravios, sinrazones, las muertes, robos, fuerza y tiranía, trayendo a la memoria lastimada el bien perdido y libertad pasada. Visto el crédulo Pran que había salido tan presto el falso amigo a la parada, La Araucana 41 hallando voluntad y grato oído y el tiempo y la ocasión aparejada, de la engañosa muestra persuadido, el disfrace y la máscara quitada, abrió el secreto pecho y echó fuera la encubierta intención desta manera, diciéndole: «Si sientes, ¡oh soldado!, la pérdida de Arauco lamentable y el infelice término y estado de nuestra opresa patria miserable, hoy la fortuna y poderoso hado, mostrándonos el rostro favorable, ponen sólo en tu mano libremente la vida y salvación de tanta gente. Que el gran Caupolicano, que en la tierra nunca ha sufrido igual ni competencia, y en paz ociosa y en sangrienta guerra tiene el primer lugar y la obediencia, quiere (viendo el valor que en ti se encierra, tu industria grande y grande suficiencia) fiar en ocasión tan oportuna el estado común de tu fortuna; y que a ti, como causa, se atribuya el principio y el fin de tan gran hecho, siendo toda la gloria y honra tuya, tuya la autoridad, tuyo el provecho. Alonso de Ercilla 42 Sola una cosa quiere que sea suya, con la cual queda ufano y satisfecho, que es haber elegido tal sujeto para tan grande y importante efeto. Pues a ti libremente cometido puede suceso próspero esperarse, y a tu dichosa y buena suerte asido, quiere llevado della aventurarse; y así en figura humilde travestido, porque de mí no puedan recatarse, vengo cual vees, para que deste modo te dé yo parte dello y seas el todo, haciéndote saber cómo querría (si no es de algún oculto inconveniente) dar el asalto al fuerte a mediodía con furia grande y número de gente, por haberle avisado cierta espía que en aquella sazón seguramente descansan en sus lechos los soldados, de la molesta noche trabajados, y sin recato la ferrada puerta, no siendo a nadie entonces reservada, franca de par en par, siempre está abierta y la gente durmiendo descuidada; la cual de salto fácilmente muerta y la plaza después desmantelada, La Araucana 43 en la región antártica no queda quien resistir nuestra pujanza pueda. Así que de tu ayuda confiado que todo se lo allana y asegura, cerca de aquí tres leguas ha llegado cubierto de la noche y sombra escura; adonde de su ejército apartado debajo de palabra y fe segura, quiere comunicar solo contigo lo que sumariamente aquí te digo. Ensancha, ensancha el pecho, que si quieres gozar desta ventura prometida, demás del grande honor que consiguieres siendo por ti la patria redimida, sólo a ti deberás lo que tuvieres y a ti te deberán todos la vida, siendo siempre de nos reconocido haberla de tu mano recebido. Mira, pues, lo que desto te parece, conoce el tiempo y la ocasión dichosa, no seas ingrato al cielo que te ofrece por sólo que la acetes tan gran cosa; da la mano a tu patria, que perece en dura servidumbre vergonzosa, y pide aquello que pedir se puede, que todo desde aquí se te concede». Alonso de Ercilla 44 Dio fin con esto a su razón, atento al semblante del indio sosegado, que sin alteración y movimiento hasta acabar la plática había estado: el cual con rostro y parecer contento aunque con pecho y ánimo doblado, a las ofertas y razón propuesta dio sin más detenerse esta respuesta: «¿Quién pudiera aquí dar bastante indicio de mi intrínsico gozo y alegría de ver que esté en mi mano el beneficio de la cara y amada patria mía? Que ni riqueza, honor, cargo ni oficio, ni el gobierno del mundo y monarquía podrán tanto conmigo en este hecho cuanto el común y general provecho: que sufrir no se puede la insolencia desta ambiciosa gente desfrenada ni el disoluto imperio y la violencia con que la libertad tiene usurpada. Por lo cual la Divina Providencia tiene ya la sentencia declarada, y el ejemplar castigo merecido al araucano brazo cometido. Vuelve a Caupolicán, y de mi parte mi pronta voluntad le ofrece cierta, La Araucana 45 que cuanto en esto quieras alargarte, te sacaré yo a salvo de la oferta; y mañana, sin duda, por la parte de la inculta marina más desierta seré con él, do trataremos largo desto que desde aquí tomo a mi cargo. Por la sospecha que nacer podría será bien que los dos nos apartemos y deshecha por hoy la compañía, adonde nos aguardan arribemos; que mañana de espacio a mediodía con mayor libertad nos hablaremos, y de mí quedarás más satisfecho. ¡Adiós, que es tarde; adiós, que es largo el trecho!» Así luego partieron, el camino llevándole diverso y diferente, que el uno al araucano campo vino y el otro adonde estaba nuestra gente; el cual con gozo y ánimo malino hablando al capitán secretamente, le dijo punto a punto todo cuanto oirá quien escuchare el otro canto. Cualquiera desafío es reprobado por ley divina y natural derecho, cuando no va el designio enderezado al bien común y universal provecho, y no por causa propia y fin privado mas por autoridad pública hecho, Alonso de Ercilla 46 que es la que en los combates y estacadas justifica las armas condenadas. Muchos querrán decir que el desafío es de derecho y de costumbre usada pues con el ser del hombre y albedrío justamente la ira fue criada; pero sujeta al freno y señorío de la razón, a quien encomendada quedó, para que así la corrigiese que los términos justos no excediese. Y el Profeta nos da por documento que en ocasión y a tiempo nos airemos, pero con tal templanza y regimiento que de la raya y punto no pasemos, pues dejados llevar del movimiento, el ser y la razón de hombres perdemos y es visto que difiere en muy poco el hombre airado y el furioso loco. Y aunque se diga, y es verdad, que sea ímpetu natural el que nos lleva, y por la alteración de ira se vea que a combatir la voluntad se mueva, la ejecución, el acto, la pelea es lo que se condena y se reprueba cuando aquella pasión que nos induce, al yugo de razón no se reduce. La Araucana 47 Por donde claramente, si se mira, parece como parte conveniente, ser en el hombre natural la ira en cuanto a la razón fuere obediente; y en la causa común puesta la mira, puede contra el campión el combatiente usar della en el tiempo necesario, como contra legítimo adversario. Mas si es el combatir por gallardía, o por jatancia vana o alabanza, o por mostrar la fuerza y valentía, o por rencor, por odio, o por venganza; si es por declaración de la porfía remitiendo a las armas la probanza, es el combate injusto, es prohibido, aunque esté en la costumbre recebido. Tenemos hoy la prueba aquí en la mano de Rengo y Tucapel, que peleando por sólo presunción y orgullo vano como fieras se están despedazando; y con protervia y ánimo inhumano de llegarse a la muerte trabajando, estaban ya los dos tan cerca della cuanto lejos de justa su querella. Digo que los combates, aunque usados, por corrupción del tiempo introducidos, Alonso de Ercilla 48 son de todas las leyes condenados y en razón militar no permitidos, salvo en algunos casos reservados que serán a su tiempo referidos, materia a los soldados importante según que lo veremos adelante. Déjolo aquí indeciso, porque viendo el brazo en alto a Tucapel alzado, me culpo, me castigo y reprehendo de haberle tanto tiempo así dejado; pero a la historia y narración volviendo, me oísteis ya gritar a Rengo airado, que bajaba sobre él la fiera espada por el gallardo brazo gobernada: el cual viéndose junto, y que no pudo huir del grave golpe la caída, alzó con ambas manos el escudo, la persona debajo recogida; no se detuvo en él el filo agudo, ni bastó la celada aunque fornida, que todo lo cortó, y llegó a la frente abriendo una abundante y roja fuente. Quedó por grande rato adormecido y en pie difícilmente se detuvo, que, del recio dolor desvanecido, fuera de acuerdo vacilando anduvo; La Araucana 49 pero volviendo a tiempo en su sentido, visto el último término en que estuvo, de manera cerró con Tucapelo que estuvo en punto de batirle al suelo. Hallóle tan vecino y descompuesto que por poco le hubiera trabucado, que de la gran pujanza que había puesto, anduvo de los pies desbaratado; pero volviendo a recobrarse presto, viéndose del contrario así aferrado, le echó los fuertes y ñudosos brazos pensando deshacerle en mil pedazos, y con aquella fuerza sin medida, le suspende, sacude y le rodea; mas Rengo, la persona recogida, la suya a tiempo y la destreza emplea. No la falta de sangre allí vertida ni el largo y gran tesón en la pelea les menguaba la fuerza y ardimiento, antes iba el furor en crecimiento. En esto Rengo a tiempo el pie trocado del firme Tucapel ciñó el derecho, y entre los duros brazos apretado cargó sobre él con fuerza el duro pecho. Fue tanto el forcejar, que ambos de lado, sin poderlo escusar, a su despecho, Alonso de Ercilla 50 dieron a un tiempo en tierra de manera como si un muro o torreón cayera. Pero con rabia nueva y mayor fuego comienzan por el campo a revolcarse y con puños de tierra a un tiempo luego procuran y trabajan por cegarse, tanto que al fin el uno y otro ciego, no pudiendo del hierro aprovecharse, con las agudas uñas y los dientes se muerden y apedazan impacientes. Así, fieros, sangrientos y furiosos, cuál ya debajo, cuál ya encima andaban, y los roncos acezos presurosos del apretado pecho resonaban; mas no por esto un punto vagorosos en la rabia y el ímpetu aflojaban, mostrando en el tesón y larga prueba criar aliento nuevo y fuerza nueva. Eran pasadas ya tres horas, cuando los dos campiones, de valor iguales, en la creciente furia declinando dieron muestra y señal de ser mortales, que las últimas fuerzas apurando sin poderse vencer, quedaron tales que ya en parte ninguna se movían y más muertos que vivos parecían. La Araucana 51 Estaban par a par desacordados, faltos de sangre, de vigor y aliento, los pechos garleando levantados, llenos de polvo y de sudor sangriento; los brazos y los pies enclavijados, sin muestra ni señal de sentimiento, aunque de Tucapel pudo notarse haber más porfiado a levantarse. La pierna diestra y diestro brazo echado sobre el contrario a la sazón tenía, lo cual de sus amigos fue juzgado ser notoria ventaja y mejoría y aunque esto es hoy de muchos disputado, ninguno de los dos se rebullía, mostrando ambos de vivos solamente el ronco aliento y corazón latiente. El gran Caupolicano, que asistiendo como juez de la batalla estaba, el grave caso y pérdida sintiendo, apriesa en la estacada plaza entraba; el cual, sin detenerse un punto, viendo que alguna sangre y vida les quedaba, los hizo levantar en dos tablones a doce los más ínclitos varones. Y siguiendo detrás con todo el resto de la nobleza y gente más preciada, Alonso de Ercilla 52 fue con honra solene y pompa puesto cada cual en su tienda señalada, donde acudiendo a los remedios presto, y la sangre con tiempo restañada, la cura fue de suerte que la vida les fue en breve sazón restituida. Pasado el punto y término temido, iban los dos a un tiempo mejorando, aunque del caso Tucapel sentido, no dejaba curarse braveando; pero el prudente General sufrido, con blandura la cólera templando, así de poco en poco le redujo que a la razón doméstica le trujo. Quedó entre ellos la paz establecida, y con solennidad capitulado, que en todo lo restante de la vida no se tratase más de lo pasado, ni por cosa de nuevo sucedida en público lugar ni reservado pudiesen combatir ni armar quistiones ni atravesarse en dichos ni en razones; mas siempre como amigos generosos en todas ocasiones se tratasen y en los casos y trances peligrosos se acudiesen a tiempo y ayudasen. La Araucana 53 Convenidos así los dos famosos, porque más los conciertos se afirmasen comieron y bebieron juntamente con grande aplauso y fiesta de la gente. Dejarélos aquí desta manera en su conformidad y ayuntamiento, que me importa volver a la ribera del río que muda nombre en cada asiento, pues ha mucho que falto y ando fuera de nuestro molestado alojamiento, para decir el punto en que se halla después del trance y última batalla. Luego que la vitoria conseguimos con más pérdida y daño que ganancia, al fuerte a más andar nos recogimos, que estaba del lugar larga distancia y aunque poco después, Señor, tuvimos otros muchos rencuentros de importancia no sin costa de sangre y gran trabajo iré, por no cansaros, al atajo. Y pasando en silencio otra batalla sangrienta de ambas partes y reñida, que aunque por no ser largo aquí se calla, será de otro escritor encarecida. Vista de munición y vitualla Alonso de Ercilla 54 la plaza por dos meses bastecida, pareció por entonces provechoso dejar por capitán allí a Reinoso que las demás ciudades, trabajadas de las pasadas guerras, nos llamaban, y las leyes sin fuerza arrinconadas, aunque mudas, de lejos voceaban; las cosas de su asiento desquiciadas, todos sin gobernarse gobernaban, estando de perderse el reino a canto por falta de gobierno, habiendo tanto. Mas viendo la comarca tan poblada, fértil de todas cosas y abundante, para fundar un pueblo aparejada y el sitio a la sazón muy importante, quedó primero la ciudad trazada, de la cual hablaremos adelante, que aunque de buen principio y fundamento mudó después el nombre y el asiento. Dejando, pues, en guarda de la tierra los más diestros y pláticos soldados, en orden de batalla y són de guerra rompimos por los términos vedados; y atravesando de Purén la sierra, de la hambre y las armas fatigados, La Araucana 55 a la Imperial llegamos salvamente donde hospedada fue toda la gente. Puso el Gobernador luego en llegando en libertad las leyes oprimidas, la justicia y costumbres reformando por los turbados tiempos corrompidas, y el exceso y desórdenes quitando de la nueva codicia introducidas, en todo lo demás por buen camino dio la traza y asiento que convino. No habíamos aún los cuerpos satisfecho del sueño y hambre mísera transida, cuando tuvimos nueva que de hecho toda la tierra en torno removida, rota la tregua y el contrato hecho, viendo así nuestra fuerza dividida ayuntaban la suya con motivo de no dejar presidio ni hombre vivo. Luego, pues, hasta treinta apercebidos de los que más en orden nos hallamos, por la espesura de Tirú metidos, la barrancosa tierra atravesamos y los tomados pasos desmentidos, no con pocos rebatos arribamos Alonso de Ercilla 56 sin parar ni dormir noche ni día, al presidio español y compañía, donde ya nuestra gente había tenido nueva del trato y tierra rebelada, que por estraño caso acontecido, de la junta y designio fue avisada y habiendo alegremente agradecido el socorro y ayuda no pensada, nos dio del caso relación entera, el cual pasa, Señor, desta manera: el araucano ejército, entendiendo que su próspera suerte declinaba y que Caupolicán iba perdiendo la gran figura en que primero estaba, en secretos concilios discurriendo, del capitán ya odioso murmuraba diciendo que la guerra iba a lo largo por conservar la dignidad del cargo; no con tan suelta voz y atrevimiento que el más libre y osado no temiese, y del menor edicto y mandamiento cuanto una sola mínima excediese: que era tanto el castigo y escarmiento que no se vio jamás quien se atreviese a reprobar el orden por él dado según era temido y respetado. La Araucana 57 Pero temiendo al fin como prudente el revolver del hado incontrastable y la poca obediencia de su gente, viéndole ya en estado miserable, que la buena fortuna fácilmente lleva siempre tras sí la fe mudable y un mal suceso y otro cada día la más ardiente devoción resfría, quiso, dando otro tiento a la fortuna, que del todo con él se declarase, y no dejar remedio y cosa alguna que para su descargo no intentase. Entre muchas, al fin, resuelto en una, antes que su intención comunicase, con la presteza y orden que convino de municiones y armas se previno. No dando, pues, lugar con la tardanza a que el miedo el peligro examinase y algún suceso y súbita mudanza los ánimos del todo resfriase, con animosa muestra y confianza mandó que de la gente se aprestase al tiempo y hora del silencio mudo, el más copioso número que pudo. Hizo una larga plática al Senado, en la cual resolvió que convenía Alonso de Ercilla 58 dar el asalto al fuerte por el lado de la posta de Ongolmo al mediodía, que de cierto espión era avisado cómo la gente que en defensa había, demás de estar segura y descuidada, era poca, bisoña y desarmada; que el capitán ausente había llevado la plática en la guerra y escogida, de no volver atrás determinado hasta dejar la tierra reducida y en las nuevas conquistas ocupado, sin poder ser la plaza socorrida, en breve por asaltos fácilmente podrían entrarla y degollar la gente. Fue tan grave y severo en sus razones y tal la autoridad de su presencia, que se llevó los votos y opiniones en gran conformidad sin diferencia, y con ánimo y firmes intenciones le juraron de nuevo la obediencia y de seguir hasta morir, de veras, en entrambas fortunas sus banderas. Luego Caupolicano resoluto habló con Pran, soldado artificioso, simple en la muestra, en el aspecto bruto, pero agudo, sutil y cauteloso, La Araucana 59 prevenido, sagaz, mañoso, astuto, falso, disimulado, malicioso, lenguaz, ladino, prático, discreto, cauto, pronto, solícito y secreto, el cual en puridad bien instruido en lo que el arduo caso requería, de pobre ropa y parecer vestido, del presidio español tomó la vía, y fingiendo ser indio foragido se entró por la cristiana ranchería entre los indios mozos de servicio, dando en la simple muestra dello indicio. Debajo de la cual miraba atento, sin mostrar atención, lo que pasaba, y con disimulado advertimiento los ocultos designios penetraba; tal vez entrando en el guardado asiento, en la figura rústica, notaba la gente, armas, el orden, sitio y traza, lo más fuerte y lo flaco de la plaza. Por otra parte oyendo y preguntando a las personas menos recatadas, iba mañosamente escudriñando los secretos y cosas reservadas, y aquí y allí los ánimos tentando buscaba con razones disfrazadas Alonso de Ercilla 60 vaso capaz y suficiente seno donde vaciar pudiese el pecho lleno. Tentando, pues, los vados y el camino por donde el trato fuese más cubierto, de tiento en tiento y lance en lance, vino a dar consigo en peligroso puerto; que engañado de un bárbaro ladino Andresillo llamado, de concierto salieron juntos a buscar comida, cosa a los yanaconas permitida y con dobles y equívocas razones que Pran a su propósito traía, vino el otro a decir las vejaciones que el araucano Estado padecía, los insultos, agravios, sinrazones, las muertes, robos, fuerza y tiranía, trayendo a la memoria lastimada el bien perdido y libertad pasada. Visto el crédulo Pran que había salido tan presto el falso amigo a la parada, hallando voluntad y grato oído y el tiempo y la ocasión aparejada, de la engañosa muestra persuadido, el disfrace y la máscara quitada, abrió el secreto pecho y echó fuera la encubierta intención desta manera, La Araucana 61 diciéndole: «Si sientes, ¡oh soldado!, la pérdida de Arauco lamentable y el infelice término y estado de nuestra opresa patria miserable, hoy la fortuna y poderoso hado, mostrándonos el rostro favorable, ponen sólo en tu mano libremente la vida y salvación de tanta gente. Que el gran Caupolicano, que en la tierra nunca ha sufrido igual ni competencia, y en paz ociosa y en sangrienta guerra tiene el primer lugar y la obediencia, quiere (viendo el valor que en ti se encierra, tu industria grande y grande suficiencia) fiar en ocasión tan oportuna el estado común de tu fortuna; y que a ti, como causa, se atribuya el principio y el fin de tan gran hecho, siendo toda la gloria y honra tuya, tuya la autoridad, tuyo el provecho. Sola una cosa quiere que sea suya, con la cual queda ufano y satisfecho, que es haber elegido tal sujeto para tan grande y importante efeto. Pues a ti libremente cometido puede suceso próspero esperarse, Alonso de Ercilla 62 y a tu dichosa y buena suerte asido, quiere llevado della aventurarse; y así en figura humilde travestido, porque de mí no puedan recatarse, vengo cual vees, para que deste modo te dé yo parte dello y seas el todo, haciéndote saber cómo querría (si no es de algún oculto inconveniente) dar el asalto al fuerte a mediodía con furia grande y número de gente, por haberle avisado cierta espía que en aquella sazón seguramente descansan en sus lechos los soldados, de la molesta noche trabajados, y sin recato la ferrada puerta, no siendo a nadie entonces reservada, franca de par en par, siempre está abierta y la gente durmiendo descuidada; la cual de salto fácilmente muerta y la plaza después desmantelada, en la región antártica no queda quien resistir nuestra pujanza pueda. Así que de tu ayuda confiado que todo se lo allana y asegura, cerca de aquí tres leguas ha llegado cubierto de la noche y sombra escura; La Araucana 63 adonde de su ejército apartado debajo de palabra y fe segura, quiere comunicar solo contigo lo que sumariamente aquí te digo. Ensancha, ensancha el pecho, que si quieres gozar desta ventura prometida, demás del grande honor que consiguieres siendo por ti la patria redimida, sólo a ti deberás lo que tuvieres y a ti te deberán todos la vida, siendo siempre de nos reconocido haberla de tu mano recebido. Mira, pues, lo que desto te parece, conoce el tiempo y la ocasión dichosa, no seas ingrato al cielo que te ofrece por sólo que la acetes tan gran cosa; da la mano a tu patria, que perece en dura servidumbre vergonzosa, y pide aquello que pedir se puede, que todo desde aquí se te concede». Dio fin con esto a su razón, atento al semblante del indio sosegado, que sin alteración y movimiento hasta acabar la plática había estado: el cual con rostro y parecer contento aunque con pecho y ánimo doblado, Alonso de Ercilla 64 a las ofertas y razón propuesta dio sin más detenerse esta respuesta: «¿Quién pudiera aquí dar bastante indicio de mi intrínsico gozo y alegría de ver que esté en mi mano el beneficio de la cara y amada patria mía? Que ni riqueza, honor, cargo ni oficio, ni el gobierno del mundo y monarquía podrán tanto conmigo en este hecho cuanto el común y general provecho: que sufrir no se puede la insolencia desta ambiciosa gente desfrenada ni el disoluto imperio y la violencia con que la libertad tiene usurpada. Por lo cual la Divina Providencia tiene ya la sentencia declarada, y el ejemplar castigo merecido al araucano brazo cometido. Vuelve a Caupolicán, y de mi parte mi pronta voluntad le ofrece cierta, que cuanto en esto quieras alargarte, te sacaré yo a salvo de la oferta; y mañana, sin duda, por la parte de la inculta marina más desierta seré con él, do trataremos largo desto que desde aquí tomo a mi cargo. La Araucana 65 Por la sospecha que nacer podría será bien que los dos nos apartemos y deshecha por hoy la compañía, adonde nos aguardan arribemos; que mañana de espacio a mediodía con mayor libertad nos hablaremos, y de mí quedarás más satisfecho. ¡Adiós, que es tarde; adiós, que es largo el trecho!» Así luego partieron, el camino llevándole diverso y diferente, que el uno al araucano campo vino y el otro adonde estaba nuestra gente; el cual con gozo y ánimo malino hablando al capitán secretamente, le dijo punto a punto todo cuanto oirá quien escuchare el otro canto. Alonso de Ercilla 66 Canto XXXI Cuenta Andresillo a Reinoso lo que con Pran dejaba concertado. Habla con Caupolicán cautelosamente, el cual, engañado, viene sobre el fuerte, pensando hallar a los españoles durmiendo La más fea maldad y condenada, que más ofende a la bondad divina, es la traición sobre amistad forjada, que al cielo, tierra y al infierno indina, que aunque el señor de la traición se agrada quiere mal al traidor y le abomina: ¡tal es este nefario maleficio, que indigna al que recibe el beneficio! Raras veces veréis que el alevoso en estado seguro permanece; de nadie amado, a todo el mundo odioso que el mismo interesado le aborrece; amigo en todo tiempo sospechoso, aunque trate verdad no lo parece y al cabo no se escapa del castigo que la misma maldad lleva consigo. Si en ley de guerra es pérfido el que ofende debajo de seguro al enemigo, ¿qué será aquel que al enemigo vende la libertad y sangre del amigo, y el que con rostro de leal pretende La Araucana 67 ser traidor a su patria, como digo, poniéndole con odio y rabia tanta el agudo cuchillo a la garganta? Guardarse puede el sabio recatado del público enemigo conocido, del perverso, insolente, del malvado, pero no del traidor nunca ofendido que en hábito de amigo disfrazado el desnudo puñal lleva escondido: no hay contra el desleal seguro puerto ni enemigo mayor que el encubierto. La prueba es Andresillo, que dejaba al amigo engañado y satisfecho; el cual con la gran priesa que llevaba en poco espacio atravesó gran trecho y puesto ante Reinoso, el cual estaba seguro y descuidado de aquel hecho, preciándose el traidor de su malicia, della y de la traición le dio noticia, diciéndole: «Sabrás que usando el hado hoy de piadoso término contigo, las cosas de manera ha rodeado que puedo serte provechoso amigo, pues en mi voluntad libre ha dejado la muerte o salvación de tu enemigo, Alonso de Ercilla 68 remitiendo a las manos de Andresillo la arbitraria sentencia y el cuchillo. Mas negando la deuda y fe debida a mi tierra y nación, por tu respeto quiero, señor, sacrificar la vida por escapar la tuya deste aprieto, y en contra de mi patria aborrecida volver las armas y áspero decreto, desviando gran número de espadas que están a tu costado enderezadas». Tras esto allí les dijo todo cuanto con Pran le sucedió y habéis oído, que, si me acuerdo, en el pasado canto lo tengo largamente referido. Quedó Reinoso atónito de espanto y con ánimo y rostro agradecido los brazos amorosos le echó al cuello, dándole encarecidas gracias dello. Y alabando la astucia y artificio con que del trato doble usado había, exageró el famoso y gran servicio que a todo el reino y cristiandad hacía, diciendo que tan grande beneficio siempre en nuestra memoria duraría y con honroso premio de presente sería remunerado largamente. La Araucana 69 Quedaron, pues, de acuerdo que otro día, sin que noticia dello a nadie diese, en el tiempo y lugar que puesto había con el vecino capitán se viese; que de la vista y habla entendería lo que más al negocio conviniese, trayéndole por mañas y rodeo al esperado fin de su deseo. Hízolo pues así; pero antes desto a la salida de un espeso valle halló al amigo en centinela puesto, esperándole ya para guialle donde Caupolicán con ledo gesto, saliendo algunos pasos a encontralle adelantado un trecho de su gente le recibió amorosa y cortésmente, diciendo: «¡Oh capitán!, hoy por el cielo en esta dignidad constituido, a quien la redempción del patrio suelo justa y méritamente ha cometido, bien sé que sólo con honrado celo de virtud propia y de valor movido, aspiras a arribar do ningún hombre tendrá puesto adelante más su nombre; y habiendo de tu pecho penetrado el intento y designio valeroso, Alonso de Ercilla 70 de tu fortuna próspera guiado, que promete suceso venturoso, estoy resuelto, estoy determinado que con golpe de gente numeroso demos, siendo tú sólo nuestra guía, sobre el fuerte español a mediodía. Para lo cual ha sido mi venida sorda y secretamente en esta parte, donde siendo tu boca la medida, quiero del justo premio asegurarte y ver si a ti esta empresa cometida, quieres della y nosotros encargarte, dando, como cabeza y dueño, en todo el orden, la instrución, la traza y modo. Que demás de las honras, te aseguro de parte del Senado un señorío, y por el fuerte Eponamón te juro que éste será escogido a tu albedrío. En tus manos me pongo y aventuro y a tu buen parecer remito el mío, para que des el orden que convenga y el esperado bien no se detenga. Pues con tu ayuda y mi esperanza cierta, que me prometen próspera jornada, en una parte oculta y encubierta tengo cerca de aquí mi gente armada, La Araucana 71 y antes que sea de alguno descubierta y la plaza enemiga preparada, que es el peligro solo que esto tiene, apresurar la esecución conviene. Resuélvete, ¡oh varón!, y determina, como de ti se espera, brevemente, que detrás deste monte a la marina está el copioso ejército obediente, y porque puedas ver la diciplina, los ánimos, las armas y la gente, podrás llegar allá, que aquí te aguardo, con esperanza y ánimo gallardo». El traidor pertinaz, que atento estaba a cuanto el General le prometía, no la oferta ni el premio le mudaba de la fea maldad que cometía; bien que algún tanto tímido dudaba viendo de aquel varón la valentía, el ser gallardo y el feroz semblante, la proporción y miembros de gigante. Venía el robusto y grande cuerpo armado de una fuerte coraza barreada, con un drago escamoso relevado sobre el alto crestón de la celada; en la derecha su bastón ferrado, ceñida al lado una tajante espada, Alonso de Ercilla 72 representando en talle y apostura del furibundo Marte la figura. Visto por Andresillo cuán barato podía salir con el malvado hecho, teniendo en su traición y doble trato andado en poco tiempo tanto trecho, con alegre semblante y rostro grato, aunque con doble y engañoso pecho, hincando ambas rodillas en el llano tal respuesta volvió a Caupolicano: «¡Oh gran Apó!: no pienses que movido por honra, por riqueza o por estado, a tus pies y obediencia soy venido a servirte y morir determinado; que todo lo que aquí me has ofrecido y lo que puede más ser deseado no me provoca tanto ni me instiga cuanto la gran razón que a ello me obliga. Gracias al cielo doy, pues mi esperanza, en tu prudencia y gran valor fundada, la siento ya con próspera bonanza ir al derecho puerto encaminada; y porque no nos dañe la tardanza será bien que apresures la jornada, siguiendo la fortuna, que se muestra declarada en favor de parte nuestra; La Araucana 73 que nuestros enemigos sin recelo a las armas de noche acostumbrados, cuando va el sol en la mitad del cielo descansan en sus toldos desarmados, y desnudos y echados por el suelo, en vino y dulce sueño sepultados, pasan la ardiente siesta en gran reposo hasta que el sol declina caluroso. Y si estás, como dices, prevenido y la gente vecina, en ordenanza, que goces luego la ocasión te pido, no dejando pasar esta bonanza; que el tiempo es malo de cobrar, perdido, mayormente si daña la tardanza; y pues no te detiene cosa alguna no detengas tus hados y fortuna. Que a darte la vitoria yo me obligo, no por el galardón que dello espero, que la virtud la paga trae consigo y ella misma es el premio verdadero; basta lo que en servirte yo consigo, y así graciosamente me prefiero de ponerte sin pérdida en la mano la desnuda garganta del tirano. Mañana disfrazado, al tiempo cuando vaya el sol en mitad de su jornada, Alonso de Ercilla 74 vendrá a mi estancia Pran, donde aguardando estaré su venida deseada; y en el presidio y franca plaza entrando, verá la gente entonces entregada al ordinario y descuidado sueño, sin prevención, y al parecer sin dueño. «Esta noche, callada y quietamente, desviada a la diestra del camino venga a ponerse en escuadrón la gente una milla del fuerte y más vecino; y cuando asome el sol por el oriente, echada en recogido remolino, bajas las armas por la luz del día, aguarde allí el aviso y orden mía. Quiero ver, pues que dello eres servido, por ir del todo alegre y satisfecho, tu dichoso escuadrón constituido para tan alto y señalado hecho; por quien Arauco ya restituido en sus primeras fuerzas y derecho, echada la española tiranía, estenderá su nombre y monarquía». Quedó Caupolicano de manera que tuvo el trato y hecho por seguro, diciéndole razones que moviera no un corazón movible, pero un muro; La Araucana 75 y en señal de firmeza verdadera le dio un lucido llauto de oro puro y un grueso mazo de chaquira prima, cosa entre ellos tenida en grande estima. Y del alegre Pran acompañado al pie de un alto cerro montuoso vio el araucano ejército emboscado, de brava gente y número copioso: quedó el traidor de verlo algo turbado y en la falsa y mudable fe dudoso: que en el ánimo vario y movedizo hace el temor lo que virtud no hizo. Pero ya la maldad apoderada dándole espuelas, y ánimo bastante, la duda tropelló representada, llevando el mal propósito adelante. Y así, encubriendo la intención dañada con mentirosas muestras y semblantes, loó el traidor encarecidamente el sitio, el orden, armas y la gente. Y después de inquirir y haber notado lo que notar entonces convenía, visto el grande aparato y tanteado la gente armada y cantidad que había, advertido de todo y enterado, llegó al presidio al rematar del día, Alonso de Ercilla 76 adonde le esperaba ya Reinoso, de su larga tardanza sospechoso. Hizo con singular advertimiento de su jornada relación copiosa, dándole mayor ánimo y aliento nuestra llegada a tiempo provechosa. Que si estuvistes a mi canto atento, por la mañana y costa montuosa al socorro llegué aquel mismo día con los treinta que dije en compañía. Gastóse aquella noche previniendo las armas e instrumentos militares el foso, muro y plaza requiriendo, señalando a la gente sus lugares, hasta que fue la aurora descubriendo con turbia luz los hondo valladares, dando triste señal del día esperado por tanta sangre y muerte señalado. Jamás se vio en los términos australes salir el sol tan tardo a su jornada, rehusando de dar a los mortales la claridad y luz acostumbrada: al fin salió cercado de señales, y la luna delante dél menguada, vuelto el mudable y blanco rostro al cielo por no mirar al araucano suelo. La Araucana 77 Hecha la prevención en confianza por una y otra parte ocultamente, con iguales designios y esperanza aunque con hado y suerte diferente. Veis aquí a Pran, que solo y a la usanza de los mitayos indios diligentes, cargado con un haz de blanco trigo viene a buscar al alevoso amigo, que a la salida de su rancho estaba mirando a los caminos ocupado, pareciéndole ya que se pasaba el tiempo del concierto aún no llegado. Tanto ya la maldad le aceleraba de una furia maligna espoleado, que siempre en lo que mucho se desea no hay brevedad que dilación no sea. Llegado Pran, le aseguró de cierto que la gente en dos tercios dividida había el murado sitio descubierto, sin ser de nadie vista ni sentida. Y con paso callado y gran concierto, doméstica, ordenada y recogida los pechos y las armas arrastrando, venía derecha al fuerte caminando. Con muestra del designio diferente dio Andresillo señal de su alegría, Alonso de Ercilla 78 diciendo que sin duda nuestra gente ya según su costumbre dormiría; luego, disimulada y quietamente, sin más se detener, de compañía entraron en el fuerte preparado el falso engañador y el engañado. Vieron en sus estancias recogidos todos los oficiales y soldados, sobre sus lechos, sin dormir dormidos, con aviso y cuidado descuidados; los arneses acá desguarnecidos, los caballos allá desensillados todo de industria al parecer revuelto, en un mudo silencio y sueño envuelto. Visto el reposo, Pran, visto el sosiego y poca guardia que en el fuerte había, alegre dello tanto cuanto ciego en no ver la sospecha que traía, sin detenerse un solo punto, luego por una corta senda que él sabía, haciendo de sus pies y aliento prueba, fue a dar al campo la esperada nueva. Apenas había el bárbaro traspuesto, cuando Andresillo en tono levantado dijo: «¡Oh fuertes soldados, en quien puesto está el fin de la guerra deseado! La Araucana 79 Tomad las vencedoras armas presto y romped el silencio ya escusado saliendo a toda priesa, porque os digo que a las puertas tenéis al enemigo». Marinero jamás tan diligente de entre la vedijosa bernia salta cuando los gritos del piloto siente y la borrasca súbita le asalta, como nosotros, que ligeramente, oyendo de Andresillo la voz alta, de los toldos con ímpetu salimos y a las vecinas armas acudimos. Quién al usado peto arremetía, quién encaja la gola y la celada quién ensilla el caballo y quién salía con arcabuz, con lanza o con espada; fue en un punto la gruesa artillería a las abiertas puertas asestada, llenos de tiros mil, de mil maneras, los traveses, cortinas y troneras. Puesta en orden la plaza y encargado según el puesto a cada cual su oficio, el silencio importante encomendado trabó las lenguas y aquietó el bullicio, quedando aquel presidio tan callado, que la gente extramuros de servicio, Alonso de Ercilla 80 visto el sosiego y gran quietud, juzgaba que todo en igual sueño reposaba. No fue Pran en el curso negligente, pues apenas estábamos armados, cuando los enemigos de repente se descubrieron cerca por dos lados. Venían tan escondida y sordamente, bajas las armas y ellos inclinados, que entraran, si la vista ya no fuera más presta que el oído y más ligera. Como el cursado cazador que tiene la caza y el lugar reconocido, que poco a poco el cuerpo bajo viene entre la yerba y matas escondido: ya apresura el andar, ya le detiene, mueve y asienta el paso sin ruido hasta ponerse cerca y encubierto donde pueda hacer el tiro cierto, con no menor silencio y mayor tiento los encubiertos indios parecieron y sobre nuestro fuerte en un momento a treinta y menos pasos se pusieron, de do sin són de trompa ni instrumento en callado tropel arremetieron más de dos mil en número a las puertas, con más cuidado que descuido abiertas. La Araucana 81 No sé con qué palabras, con qué gusto este sangriento y crudo asalto cuente, y la lástima justa y odio justo, que ambas cosas concurren juntamente. El ánimo ahora humano, ahora robusto me suspende y me tiene diferente, que si al piadoso celo satisfago, condeno y doy por malo lo que hago. Si del asalto y ocasión me alejo, dentro della y del fuerte estoy metido; si en este punto y término lo dejo, hago y cumplo muy mal lo prometido; así dudoso el ánimo y perplejo, destos juntos contrarios combatido, lo dejo al otro canto reservado, que de consejo estoy necesitado. Alonso de Ercilla 82 Canto XXXII Arremeten los araucanos el fuerte; son rebatidos con miserable estrago de su parte. Caupolicán se retira a la sierra deshaciendo el campo. Cuenta don Alonso de Ercilla, a ruego de ciertos soldados, la verdadera historia y vida de Dido Excelente virtud, loable cosa de todos dignamente celebrada es la clemencia ilustre y generosa, jamás en bajo pecho aposentada; por ella Roma fue tan poderosa, y más gentes venció que por la espada, domó y puso debajo de sus leyes la indómita cerviz de grandes reyes. No consiste en vencer sólo la gloria ni está allí la grandeza y excelencia sino en saber usar de la vitoria, ilustrándola más con la clemencia. El vencedor es digno de memoria que en la ira se hace resistencia y es mayor la vitoria del clemente, pues los ánimos vence juntamente. Y así no es el vencedor tan glorioso del capitán cruel inexorable, que cuanto fuere menos sanguinoso tanto será mayor y más loable; La Araucana 83 y el correr del cuchillo riguroso mientras dura la furia es disculpable, mas pasado, después, a sangre fría, es venganza, crueldad y tiranía. La mucha sangre derramada ha sido (si mi juicio y parecer no yerra) la que de todo en todo ha destruido el esperado fruto desta tierra; pues con modo inhumano han excedido de las leyes y términos de guerra, haciendo en las entradas y conquistas crueldades inormes nunca vistas. Y aunque ésta en mi opinión dellas es una, la voz común en contra me convence que al fin en ley de mundo y de fortuna todo le es justo y lícito al que vence. Mas dejada esta plática importuna, me parece ya tiempo que comience el crudo estrago y excesivo modo, en parte justo, y lastimoso en todo. Dejé el bárbaro campo sobre el fuerte en medio del furor y arremetida, y la callada y encubierta muerte de mil géneros de armas prevenida. Llevado, pues, del hado y dura suerte con presto paso y con fatal corrida, Alonso de Ercilla 84 emboca por la puerta y falsa entrada el gran tropel de gente amontonada. ¡Dios sempiterno, qué fracaso estraño, qué riza, qué destrozo y batería hubo en la triste gente, que al engaño ciega, pensando de engañar, venía! ¿Quién podrá referir el grave daño, la espantosa y tremenda artillería, el ñublado de tiros turbulento que descargó de golpe en un momento? Unos vieran de claro atravesados, otros llevados la cabeza y brazos, otros sin forma alguna machucados, y muchos barrenados de picazos; miembros sin cuerpos, cuerpos desmembrados, lloviendo lejos trozos y pedazos, hígados, intestinos, rotos huesos, entrañas vivas y bullentes sesos. Como la estrecha bien cebada mina cuando con grande estrépito revienta, que la furia del fuego repentina, las torres vuela y máquinas avienta, con más estruendo y con mayor ruina la fuerza de la pólvora violenta voló y hizo pedazos en un punto cuanto del escuadrón alcanzó junto. La Araucana 85 La mudable sin ley cruda fortuna despedazó el ejército araucano, no habiendo un solo tiro ni arma alguna que errase el golpe ni cayese en vano. Nunca se vio morir tantos a una y así, aunque yo apresure más la mano, no puedo proseguir, que me divierte tanto golpe, herida, tanta muerte. Aún no eran bien los tiros disparados cuando por verse fuera en campo raso, los caballos a un tiempo espoleados rompen la entrada y ocupado paso, y en los segundos indios, que ovillados estaban como atónitos del caso, hacen riza y mayor carnicería que pudiera hacer la artillería. Quién aquéste y aquél alanceando abre sangrienta y ancha la salida, quién a diestro y siniestro golpeando priva a aquéstos y a aquéllos de la vida; no hay ánimo ni brazo allí tan blando que no cale y ahonde la herida, ni espada de tan gureso y boto filo que no destile sangre hilo a hilo. Quisiera aquí despacio figurallos, y figurar las formas de los muertos: Alonso de Ercilla 86 unos atropellados de caballos, otros los pechos y cabeza abiertos, otros que era gran lástima mirallos, las entrañas y sesos descubiertos, vieran otros deshechos y hechos piezas, otros cuerpos enteros sin cabezas. Las voces, los lamentos, los gemidos, el miserable y lastimoso duelo, el rumor de las armas y alaridos hinchen el aire y cóncavo del cielo; luchando con la muerte los caídos se tuercen y revuelcan por el suelo, saliendo a un mismo tiempo tantas vidas por diversos lugares y heridas. Ya que libre dejó el súbito espanto al embaucado Pran, que estaba fuera, visto el destrozo cierto, y falso cuanto el traidor de Andresillo le dijera, la pena y sentimiento pudo tanto que aunque escaparse el mísero pudiera, en medio de las armas desarmado a morir se arrojó desesperado. Mas los últimos indios venturosos a los cuales llegó sólo el estruendo, volviendo las espaldas presurosos muestran las plantas de los pies huyendo; La Araucana 87 los nuestros, del alcance deseosos, en carrera veloz los van siguiendo, hiriendo y derribando en los postreros los menos diligentes y ligeros. Pero algunos valientes, que estimaban la ganada opinión más que la vida, volviendo el pecho y armas refrenaban el ímpetu de muchos y corrida; y aunque con grande esfuerzo peleaban, era presto la guerra difinida, que la furiosa muerte allí su espada traía de entrambos cortes afilada. Como en el ya revuelto cielo, cuando se forman por mil partes los ñublados que van unos creciendo, otros menguando, otros luego de nuevo levantados; mas el norueste frígido soplando los impele y arroja amontonados hasta buscar del ábrego el reparo, dejando el cielo raso y aire claro, así la gente atónita y turbada en partes dividida se esparcía, y a las veces juntándose, esforzada, haciendo cuerpo y rostro revolvía. Pero de la violencia arrebatada, dejó el campo y banderas aquel día, Alonso de Ercilla 88 quedando de los rotos escuadrones gran número de muertos y prisiones. Deshechos, pues, del todo y destruidos, y acabado el alcance y seguimiento, los presos y despojos repartidos, volvimos al dejado alojamiento donde trece caciques elegidos para ejemplar castigo y escarmiento, a la boca de un grueso tiro atados, fueron, dándole fuego, justiciados. Muchos habrá de preguntar ganosos si en el montón y número de gente algunos de los indios valerosos fueron muertos allí confusamente; pues en todos los hechos peligrosos Rengo, Orompello y Tucapel valiente iban delante en la primera hilera, abriendo siempre el paso y la carrera. Respondo a esto, Señor, que no venía capitán ni cacique señalado, visto que el General usado había de fraude y trato entrellos reprobado, diciendo ser vileza y cobardía tomar al enemigo descuidado, y vitoria sin gloria y alabanza la que por bajo término se alcanza. La Araucana 89 Así que una arrogancia generosa los escapó del trance y muerte cruda, que ninguno por ruego ni otra cosa quiso en ello venir ni dar ayuda, teniendo por hazaña vergonzosa vencer gente sin armas y desnuda: que el peligro en la guerra es el que honra y el que vence sin él, vence sin honra. Quedó Caupolicán desta jornada roto, deshecho y falto de pujanza, que fue mucha la sangre derramada y poca de su parte la venganza: el cual viendo la turba amedrentada y el ardor resfriado y la esperanza, deshizo el campo entonces conveniente, dando licencia a la cansada gente. Quísose entretener mientras pasaba de los contrarios hados la corrida, conociendo de sí que peleaba con cansada fortuna envejecida. Así la gente en partes derramaba con orden que estuviese apercebida en cualquiera ocasión y movimiento, para el primer aviso y mandamiento. Y con solos diez hombres retirado, gente de confianza y valentía, Alonso de Ercilla 90 ora en el monte inculto, ora en poblado, desmintiendo los rastros parecía, y en lugares ocultos alojado jamás gran tiempo en una residía, usando de su bárbara insolencia por tenerlos en miedo y obediencia. Nosotros en su incierto rastro a tino andábamos haciendo mil jornadas, no dejando lugar circunvecino que no diésemos salto y trasnochadas. Y en los más apartados del camino hallábamos las casas ocupadas de gente forajida de la tierra que ya andaba huyendo de la guerra, diciendo que de grado volvería a sus yermas estancias y heredades, pero que el General los compelía usando de inhumanas crueldades; y si en esto remedio se ponía, llanas estaban ya las voluntades para dejar las armas los soldados, de la prolija guerra quebrantados. Y aunque esto era fingido, gran cuidado se puso en inquirir toda la tierra, no quedando lugar inhabitado, monte, valle, ribera, llano y sierra La Araucana 91 donde no fuese el bárbaro buscado; mas por bien ni por mal, por paz ni guerra, aunque todo con todos lo probamos, jamás señal, ni lengua dél hallamos. No amenaza, castigo ni tormento pudo sacar noticia o rastro alguno, ni caricia, interés ni ofrecimiento jamás a corromper bastó a ninguno; andábamos atónitos y a tiento, según la variedad de cada uno, de día, de noche, acá y allá perdidos, del sueño y de las armas afligidos. Saliendo yo a correr la tierra un día por caminos y pasos desusados, llevando por escolta y compañía una escuadra de pláticos soldados dimos en una oculta ranchería de domésticos indios ausentados, que por ser grande el bosque y la distancia tomaron por segura aquella estancia. Sobre un haz de arrancada yerba estaba en la cabeza una mujer herida, moza que de quince años no pasaba, de noble traje y parecer, vestida. Y en la color quebrada se mostraba la falta de la sangre, que esparcida Alonso de Ercilla 92 por la delgada y blanca vestidura, la lástima aumentaba y hermosura. Pregunté qué ocasión la había traído a lugar tan estraño y apartado, cómo y por qué razón la habían herido y de inhumana crueldad usado. Ella, con rostro y ánimo caído y el tono del hablar debilitado, me dijo: «Es cosa cierta y prometida la muerte triste tras la alegre vida. Porque entiendas el dejo y desvarío que el humano contento trae consigo, aún no es cumplido un mes que el padre mío, usando de privado amor conmigo, me dio esposo elegido a mi albedrío, esposo y juntamente grande amigo, tal y de tantas partes, que yo creo que en él hallara término el deseo. Pero su esfuerzo raro y valentía, que della por estremo era dotado, le trujo a la temprana muerte el día que fue nuestro escuadrón despedazado, donde cerca de mí, que le seguía, un tiro le pasó por el costado, que fuera menos crudo y más derecho si abriera antes el paso por mi pecho. La Araucana 93 Cayó muerto, quedando yo con vida, vida más enojosa que la muerte; mas viéndome un soldado así afligida (en parte condolido de mi suerte) me dio, por acabarme, esta herida con brazo aunque piadoso no tan fuerte que mi espíritu suelto le siguiese y un bien tras tanto mal me sucediese. Dio conmigo en el suelo fácilmente aunque no me privó de mi sentido, pasando el golpe y furia de la gente en confuso tropel con gran ruido. Pero luego un cacique mi pariente, que en un hoyo al pasar quedó escondido, en brazos me sacó del gran tumulto trayéndome a este bosque y sitio oculto «donde espero morir cada momento; mas ya como esperado bien se tarda, que es costumbre ordinaria del contento, no acabar de llegar a quien le aguarda. Y aunque ya de mi vida al fin me siento, conmigo el cielo término no guarda, ni la llamada muerte y tiempo viene, que mi deseo la impide y la detiene. La vida así me cansa y aborrece, viendo muerto a mi esposo y dulce amigo, Alonso de Ercilla 94 que cada hora que vivo me parece que cometo maldad, pues no le sigo; y pues el tiempo esta ocasión me ofrece, usa tú de piedad, señor, conmigo, acabando hoy aquí lo que el soldado dejó por flojo brazo comenzado». Así la triste joven luego, luego demandaba la muerte, de manera que algún simple de lástima a su ruego con bárbara piedad condecendiera. Mas yo, que un tiempo aquel rabioso fuego labró en mi inculto pecho, viendo que era más cruel el amor que la herida, corrí presto al remedio de la vida. Y habiéndola algún tanto consolado, y traído a que viese claramente que era el morir remedio condenado y para el muerto esposo impertinente, con el zumo de yerbas aplicado (medicina ordinaria desta gente) le apreté la herida lastimosa, no tanto cuanto grande, peligrosa. Dejando pues un prático ladino para que poco a poco la llevase, y en los tomados pasos y camino del peligro al pasar la asegurase, La Araucana 95 partir a mi jornada me convino; mas primero que della me apartase supe que se llamaba Lauca y que era hija de Millalauco y heredera. La vuelta del presidio caminando sin hallar otra cosa de importancia, iba con los soldados platicando de la fe de las indias y constancia de muchas (aunque bárbaras) loando el firme amor y gran perseverancia, pues no guardó la casta Elisa Dido la fe con más rigor a su marido. Mas un soldado joven, que venía escuchando la plática movida, diciendo me atajó que no tenía a Dido por tan casta y recogida, pues en la Eneyda de Marón vería que del amor libídino encendida, siguiendo el torpe fin de su deseo rompió la fe y promesa a su Sicheo. Visto, pues, el agravio tan notable y la objeción siniestra del soldado, por el gran testimonio incompensable, a la casta fenisa levantado, pareciéndome cosa razonable mostrarle que en aquello andaba errado Alonso de Ercilla 96 él y todos los más que me escuchaban que en la misma opinión también estaban, les dije que, queriendo el Mantuano hermosear su Eneas floreciente porque César Augusto Octaviano se preciaba de ser su decendiente, con Dido usó de término inhumano infamándola injusta y falsamente, pues vemos por los tiempos haber sido Eneas cien años antes que fue Dido. Quedaron admirados en oírme, que así Virgilio a Dido disfamase, haciendo instancia todos en pedirme que su vida y discurso les contase. Yo pensando también con divertirme, que la cuerda el trabajo algo aflojase, los quise complacer y también quiero daros aquí razón de mí primero: Cuento una vida casta, una fee pura de la fama y voz pública ofendida, en esta no pensada coyuntura por raro ejemplo y ocasión traída, y una falsa opinión que tanto dura no se puede mudar tan de corrida, ni del rudo común, mal informado, arrancar un error tan arraigado. La Araucana 97 Y pues de aquí al presidio yo no hallo cosa que sea de gusto ni contento, sin dejar de picar siempre al caballo, ni del tiempo perder sólo un momento, no pudiendo eximirme ni escusallo por ser historia y agradable el cuento, quiero gastar en él, si no os enfada, este rato y sazón desocupada. Que el áspero sujeto desabrido, tan seco, tan estéril y desierto, y el estrecho camino que he seguido, a puros brazos del trabajo abierto, a término me tienen reducido que busco anchura y campo descubierto donde con libertad, sin fatigarme, os pueda recrear y recrearme. Viendo que os tiene sordo y atronado el rumor de las armas inquieto, siempre en un mismo ser continuado, sin mudar són ni variar sujeto, por espaciar el ánimo cansado y ser el tiempo cómodo y quieto, hago esta digresión, que a caso vino cortada a la medida del camino. Y pues una ficción impertinente que destruye una honra es bien oída, Alonso de Ercilla 98 y a la reina de Tiro injustamente infama y culpa su inculpable vida, la verdad, que es la ley de toda gente, por quien es en su honor restituida, ¿por qué no debe ser, siendo cantada, en cualquiera sazón bien escuchada? Que la causa mayor que me ha movido (demás de ser cual veis importunado) es el honor de la constante Dido, inadvertidamente condenado. Preste, pues, atención y grato oído quien a oír la verdad es inclinado, que el mal ofende (aun dicho en pasatiempo) y para decir bien siempre es buen tiempo. Cartago antes que Roma fue fundada setenta años contados comúnmente por Dido, ilustre reina, venerada por diosa un tiempo de la tiria gente. Del rey Belo su padre fue casada con el sumo Pontífice asistente del gran templo de Alcides, el cual era después del Rey la dignidad primera. Éste es aquel Siqueo ya nombrado, a quien Dido guardó la fe inviolable, varón sabio en sus ritos y abastado de bienes y tesoro inestimable. La Araucana 99 Mas lo que para alivio había allegado fue causa de su muerte miserable; que, en fin, lo que codicia mucha gente ninguno lo posee seguramente. Dejó Belo dos hijos herederos, uno Pigmaleón y el otro Dido, a quien en los consejos postrimeros encargó la hermandad y amor unido; lo cual, aunque duró los días primeros, de cudicia el hermano corrompido por haber los tesoros del cuñado, le dio la muerte envuelta en un bocado. Sintió, pues, la mujer su muerte tanto que no bastando a resistir la pena, soltó con doloroso y fiero llanto de lágrimas un flujo en larga vena, y cubriendo de triste y negro manto los bellos miembros y la faz serena, con pompa funeral cerimoniosa dio al cuerpo sepultura sumptuosa. Y aunque del casto amor notable indicio fue el soberbio sepulcro y monumento, no igualó en la grandeza el edificio al dolor de la Reina y sentimiento; que siempre con devoto sacrificio y continuos sollozos y lamento Alonso de Ercilla 100 llamando al sordo espíritu, hacía a las frías cenizas compañía, diciendo: «¿Es justo, dioses, que yo quede en este solitario apartamiento? ¡ Ay!, que de tibia fe y amor procede no acabar de matarme el sentimiento; el mal no es grande que sufrir se puede y corto al que no basta sufrimiento; mas quiere el cielo dilatar mi muerte porque dure el dolor, más que ella fuerte». Aunque el odio y rencor disimulaba contra el pérfido hermano poderoso, venganza al cielo sin cesar clamaba con ira muda y con gemir rabioso, y cuando sola a ratos se hallaba, desfogando aquel ímpetu bascoso soltaba, con un bajo són gimiendo, la reprimida rabia y voz, diciendo: «Traidor, dime ¿qué caso irremediable debajo de hermandad y ley fingida a maldad te movió tan detestable contra tu misma sangre cometida? Si fue sed de riquezas insaciable, quitárasle el tesoro y no la vida, templando tu impiedad y furia insana el amor y respeto de tu hermana. La Araucana 101 «Si no miraste, ingrato, al beneficio que dél como cuñado recebías, miraras al nefario sacrificio que del hermano de tu madre hacías, y al malvado y horrendo maleficio en tu pecho forjado tantos días, pues no podrás decir que fue acidente, que nunca nadie es malo de repente. «Si de tu inorme intento y desatino me hubieras con indicios advertido, no por tan duro y áspero camino el tesoro alcanzaras pretendido; mas el mal cuando viene por destino no puede ser a tiempo prevenido. ¡ Ay!, ¿qué aprovecha el lamentarme ahora?, que siempre es tarde ya cuando se llora. ¿Por qué, fiero enemigo, así quisiste dejarte arrebatar de tu deseo, tan ciego de codicia, que no viste que matabas a Dido con Sicheo? Materia de maldad al mundo diste con un hecho atrocísimo y tan feo, que durará en los siglos por memoria de tu traición la abominable historia. «¿Cabe en razón, es cosa permitida, que, siendo tú traidor, siendo tirano, Alonso de Ercilla 102 perverso, atroz, sacrílego, homicida, tengas con estos nombres el de hermano? Y viéndome contigo convenida, mi crédito andará de mano en mano padeciendo mi honor agravio injusto: que no dice la fama cosa al justo. Mas si huyo de ti, fiero enemigo, te irrito a que me sigas, pues que huyo. Si a mi marido en la fortuna sigo, todo lo que pretendes queda tuyo. Si habiéndole tú muerto estoy contigo, mancho la fama y mi opinión destruyo, que en parte ya parece que consiente quien perdona ligera y fácilmente. ¿Qué medio he de buscar a mal tan fuerte que el cielo ni la tierra no le tiene, y aquel forzoso y último, mi suerte (porque padezca más) me le detiene? ¡ Ay!, que si es malo desear la muerte, es peor el temerla, si conviene; que no es pena el morir a los cuitados sino fin de las penas y cuidados. «Mas ya que el ser tú rey y recatado la venganza legítima me impida, procuraré atajar tu fin dañado con muestra doble y hermandad fingida; La Araucana 103 y cuando pienses verte apoderado, quedarás con mi súbita partida sin hermana, tesoro y sin derecho y con la infamia del inorme hecho». Así la triste Reina dolorosa sobre el rico sepulcro lamentando, pasaba vida triste y soledosa la venganza y el tiempo deseando. Pero de alguna fuerza recelosa, de su prudencia y discreción usando, doméstica, amorosa y blandamente al hermano escribió, que estaba ausente, haciéndole entender que ya cansada del llanto y soledad que padecía en aquellos palacios y morada do tuvo un tiempo alegre compañía, de la triste memoria lastimada, dando algún vado a su dolor, quería irse con él poniendo fin al lloro con todas sus riquezas y tesoros; para lo cual secreta y prestamente, una fornida flota le enviase, donde con todo su tesoro y gente en arribando al puerto se embarcase porque con el seguro conveniente el mar que estaba en medio atravesase, Alonso de Ercilla 104 que era solo el temido impedimento de su esperado y último contento. Llegada, pues, la nueva al ambicioso rey de aquello que tanto deseaba, viendo que al fin y puerto venturoso sus cosas la fortuna encaminaba, alegre más que nunca y codicioso, luego una gruesa flota despachaba de naves y galeras, bastecida de gente, de regalos y comida. Llegó al puerto la flota deseada con presta y no pensada diligencia, do la gente del Rey desembarcada fue luego a dar a Dido la obediencia, que mostrando placer de su llegada, con loable cuidado y providencia hizo luego hospedar toda la gente espléndida, cumplida y largamente. En siendo tiempo, la cuidosa Dido a su gente mandó que se aprestase, y con alarde y público ruido los empacados muebles embarcase, haciendo que de noche y escondido en su nave al tesoro se cargase con tan grande secreto, que ninguno tuvo dello noticia o rastro alguno. La Araucana 105 Tenía sesenta cajas prevenidas, llenas de gruesa arena y aplomadas, de fuertes cerraduras guarnecidas, con dobles planchas de metal herradas; éstas fueron en público traídas donde a vista de todos embarcadas daban muestra que en ellas iba el oro, las joyas, las riquezas y tesoro. Luego Elisa, con tierno sentimiento del lastimado pueblo se embarcaba, dando presto la vela al manso viento que favorable en popa respiraba. La nave con sereno movimiento el llano y sosegado mar cortaba, comenzando a seguir toda la flota de la alta capitana la derrota. Aquella noche y el siguiente día corrió con viento próspero la armada, mas ya que el mar las costas encubría y del todo se vio Dido engolfada, la noble y obediente compañía al borde de su nave congregada, hizo en torno allegar la demás gente, que a la vista también fuese presente, diciéndoles con pecho valeroso, que su designio y pretensión no era Alonso de Ercilla 106 ir al injusto hermano cauteloso, de quien era enemiga verdadera, porque con trato y término alevoso debajo de hermandad y fe sincera, movido de sacrílego deseo había dado la muerte a su Sicheo. Por donde ella también, no asegurada de sus secretos fraudes y traiciones, quería dejar la cara patria amada, su reino, su morada y posesiones, y al mar dudoso y vientos entregada buscar nuevas provincias y regiones, adonde con seguro viviría lejos de su dominio y tiranía. Y pues que sus riquezas habían sido la causa de su daño y perdimiento matándole por ellas el marido, y lo serían quizá del seguimiento, todas consigo las había traído con voluntad y resoluto intento de echarlas en el mar, do pereciesen, porque jamás a su poder viniesen. Hizo luego sacar allí tras esto los cofres del arena barreados y con alarde y auto manifiesto en el profundo mar fueron lanzados; La Araucana 107 los ministros del Rey con triste gesto, atónitos, confusos y turbados se miraban, teniendo por estraña de la animosa Reina la hazaña. Y por el grave caso discurriendo que mudos y espantados los tenía, la furia del Rey mozo conociendo, que el perdido tesoro aumentaría, suspensos y medrosos, no sabiendo qué razón o descargo bastaría a que el airado Rey no los culpase y en ellos su furor no ejecutase. Pues como la entendida Reina viese camino y coyuntura aparejada por do a su devoción se redujese la gente del hermano amedrentada, antes que el tiempo y la tardanza diese lugar a alguna novedad pensada, haciendo sosegar toda la gente, les dijo, prosiguiendo, lo siguiente: «Amigos, que del firme intento mío habéis visto a los ojos ya la prueba, y cómo la fortuna a su albedrío errando por el ancho mar me lleva, podréis volver, si ya no es desvarío, a dar al Rey la desabrida nueva Alonso de Ercilla 108 del tesoro anegado, y mi huida a tierra y a región no conocida. Pero ya conocéis por esperiencia su irreparable furia acelerada, que viendo que volvéis a su presencia sin el tesoro y prenda deseada, descargará con bárbara impaciencia sobre vuestra cerviz la mano airada, sin escuchar descargo ni disculpa, añadiendo maldad y culpa a culpa. Y pues es de temer la tiranía y el ímpetu de un mozo rey airado que así del caro reino y patria mía a buscar nuevas tierras me ha sacado, quien quisiere seguir mi compañía no se verá de mí desamparado, mas de todo el provecho y bien que espero será participante y compañero. El lugar y aparejo es oportuno, y para haber consejo me remueve así que, pues sois sabios, cada uno elija de dos males el más leve. Si al Rey volvéis no ha de escapar ninguno, y este dolor y lástima me mueve a quereros rogar que vais conmigo por no ser yo la causa del castigo. La Araucana 109 Las muertes figurad y crueldades que en vosotros habrán de esecutarse; no miréis a las casas y heredades, que todo por la vida es bien dejarse, que en fortunas y grandes tempestades sólo en lo que se escapa ha de pensarse, conociendo que están todos los bienes sujetos a peligros y vaivenes». A las razones de la Reina atentos los turbados ministros estuvieron, y en la perpleja mente y pensamientos mil cosas en un punto revolvieron; al cabo (aunque diversos los intentos), todos de un parecer se resolvieron de seguirla hasta el fin en su viaje dándole la obediencia y vasallaje. La fe con juramento establecida, sin que ninguno dellos rehusase, dando vela a la flota detenida, mandó Dido que a Cipro enderezase, donde graciosamente recebida, como allí su designio declarase, llevó del ciprioto pueblo amigo ochenta mozas vírgenes consigo para a tiempo casarlas con la gente que en su servicio y devoción llevaba, Alonso de Ercilla 110 buscando alguna tierra conveniente donde fundar un pueblo deseaba: así la vía de la África al poniente con favorable viento navegaba. Mas forzoso será, según me siento, dividir en dos partes este cuento. La Araucana 111 Canto XXXIII Prosigue don Alonso la navegación de Dido hasta que llegó a Biserta; cuenta cómo fundó a Cartago y la causa por qué se mató. También se contiene en este canto la prisión de Caupolicán Muchos entran con ímpetu y corrida por la carrera de virtud fragosa, y dan en la del vicio más seguida, de donde es el volver difícil cosa. El paso es llano y fácil la salida de la vida reglada a la anchurosa y más agrio el camino y ejercicio del vicio a la virtud, que della al vicio. Así Pigmaleón había tenido señales de virtud en su crianza, y con grandes principios prometido de justo y liberal buena esperanza, pero de la codicia pervertido, hizo en breve sazón tan gran mudanza, que no sólo de bienes fue avariento, pero inhumano, pérfido y sangriento. Lo cual nos dice bien la alevosía de la secreta muerte del cuñado que alegre y contentísimo vivía en la ley de hermandad asegurado; mayormente que entonces parecía Alonso de Ercilla 112 el Rey a la virtud aficionado, que no hay maldad más falsa y engañosa que la que trae la muestra virtuosa. Ésta no le salió como pensaba sino al contrario en todo y diferente, pues no sólo no vio lo que esperaba pero perdió las naves y la gente. La reina viento en popa navegaba, como dije, la vuelta del poniente, tocando con sus naves y galeras en algunas comarcas y riberas. Torció el curso a la diestra bordeando de las vadosas Sirtes recelosa, y a vista de Licudia, atravesando, corrió la costa de África arenosa; y siempre tierra a tierra navegando, pasó por entre el Ciervo y Lampadosa, llegando en salvo a Túnez con la armada, por el fatal decreto allí guiada. Donde viendo el capaz y fértil suelo de frutíferas plantas adornado y el aire claro y el sereno cielo clemente al perecer y muy templado, perdido del hermano ya el recelo por verle tan distante y apartado, La Araucana 113 quiso fundar un pueblo de cimiento, haciendo en él su habitación y asiento; para lo cual trató luego de hecho con los vecinos que en el sitio había le vendiesen de tierra tanto trecho cuanto un cuero de buey circundaría. Los moradores, viendo que provecho de su contratación se les seguía, con la Reina en el precio convenidos, hicieron sus asientos y partidos. Hecha la paga, el sitio señalado, mandó Dido buscar con diligencia un grande y grueso buey que, desollado, hizo estirar el cuero en su presencia; y en tiras sutilísimas cortado, tanto trecho tomó, que a la prudencia de la Reina sagaz y aviso estraño, le quisieron poner nombre de engaño. Pero recompensó la demasía dejándolos contentos y pagados, descubriendo a los suyos que traía los ocultos tesoros escapados; que usado del ardid y astucia había de los cofres de arena al mar lanzados porque, cuando el hermano lo supiese, faltando la ocasión, no la siguiese. Alonso de Ercilla 114 Corregidas las faltas y defectos al orden de vivir perjudiciales, fueron por la prudente Reina electos cónsules, magistrados y oficiales; y traídos maestros arquitectos, juntos los necesarios materiales, dio principio la Reina valerosa a la labor de la ciudad famosa. Fue la ciudad por orden fabricada, mostrándose los hados más propicios, en breve ennoblecida y ilustrada de sumptuosos y altos edificios; y la nueva república ordenada, leyes instituyó, criando oficios con que el pueblo en razón se mantuviese y en paz y orden política viviese. Y por el gran valor y entendimiento con que el pueblo obediente gobernaba, iba siempre el concurso en crecimiento y los términos cortos dilataba; así que el trato y agradable asiento los ánimos y gustos provocaba, viniendo a avecindarse muchas gentes, de tierras y lugares diferentes; y como en esos tiempos aún no había la invención del papel después hallada, La Araucana 115 que en pieles de animales se escribía, y era cualquiera piel carta llamada, del cual nombre aún usamos hoy en día, así aquella ciudad edificada en el lugar por una piel medido, de carta la llamó Cartago Dido. Hízose en poco tiempo tan famosa y de tanta grandeza y eminencia, que era cosa de ver maravillosa el trato de las gentes y frecuencia, mostrando aquella Reina valerosa en gobernar el pueblo tal prudencia, que muchos otros príncipes y reyes de su nueva ciudad tomaron leyes. Y aunque era tal su ser, tal su cordura, que por diosa vinieron a tenella, ninguna de su tiempo en hermosura pudo ponerse al paragón con ella. Así que por milagro de natura como cosa no vista iban a vella, que no sé en las idólatras del suelo, a quien mayores partes diese el cielo. Grandes matronas hubo que animosas por la fama a la muerte se entregaron, otras que por hazañas milagrosas las opresas repúblicas libraron; Alonso de Ercilla 116 pero todas perfetas tantas cosas como en Dido, en ninguna se juntaron: fue rica, fue hermosa, fue castísima, sabia, sagaz, constante y prudentísima. Llegó luego la voz desto al oído del franco Yarbas, rey musilitano, mozo brioso y de valor, temido en todo el ancho término africano; el cual con juvenil furia movido de un impaciente y nuevo amor lozano, a la Reina despacha embajadores, de su consejo y reino los mayores, pidiéndole que en pago del tormento que por ella pasaba cada hora, quisiese con felice casamiento de su persona y reino ser señora; donde no, que con justo sentimiento (como de tan gran rey despreciadora) sobre ella con ejército vendría y su gente y ciudad asolaría. Hecha, pues, la embajada en el Senado, que no quiso la reina estar presente, les fue a los senadores intimado el ruego y la amenaza juntamente. Causóles turbación, considerado el casto voto y vida continente La Araucana 117 que la constante Reina profesaba que al intento de Yarbas repugnaba. Luego que los ancianos entendieron la demanda de Yarbas arrogante, llevar por artificio pretendieron el negocio difícil adelante; así que ante la Reina parecieron con triste rostro y tímido semblante, bajos los ojos, la color turbada, mostrando desplacer con la embajada, diciéndole: «Sabrás que habiendo oído Yarbas tu buen gobierno y regimiento por la parlera fama encarecido y desta tu ciudad el crecimiento, de una loable pretensión movido, pide, que, sin algún detenimiento, veinte de tu consejo más instrutos vayan a reformar sus estatutos. Y siendo de sufrir áspera cosa, impropia a nuestra edad y profesiones, dejar la patria cara y paz sabrosa por ir a incultas tierras y naciones a corregir de gente sediciosa las costumbres y viejas condiciones, todos sus consejeros los rehúsan, y con causas legítimas se escusan. Alonso de Ercilla 118 Viendo que el caro y último sosiego sin esperanza de volver perdemos, y no condecendiendo al impio ruego en gran peligro la ciudad ponemos, pues con grueso poder y armada luego al indignado joven Rey tendremos, para asolar a hierro y fiera llama tu pueblo insigne y celebrada fama. «Esto es, en suma, lo que Yarbas pide con ruegos de amenaza acompañados, pero nuestra cansada edad lo impide, y las leyes nos hacen jubilados; pues no es razón, si por razón se mide, que de largos trabajos quebrantados dejemos nuestras casas y manida en el último tercio de la vida. «Si a los peligros en la edad primera por adquirir honor nos arrojamos, es bien que en la cansada postrimera gocemos del descanso que ganamos, y a nuestra abandonada cabecera, al tiempo incierto de morir, tengamos quien nos cierre los ojos con ternura y dé a nuestras cenizas sepultura. «Y pues tiene de ser en tu presencia esta perjudicial demanda puesta, La Araucana 119 conviene que con maña y advertencia te prevengas de medios y respuesta, atajando tu seso y providencia el mal que el mauritano Rey protesta, de modo que la paz y amor conserves y de nuevos trabajos nos reserves». Estuvo atenta allí la reina Elisa a la compuesta habla artificiosa, y con alegre rostro y grave risa, aunque sentía en el ánimo otra cosa, a todos los trató y miró de guisa tan agradable, blanda y amorosa, que si en verdad la relación pasara, de sus casas y quicios los sacara, diciendo: «Amigos caros, que a los hados jamás os vi tan rendidos vez alguna y en los grandes peligros esforzados hicistes siempre rostro a la fortuna: ¿cómo de tantas prendas olvidados en tan justa ocasión, por sólo una breve incomodidad de una jornada queréis ver vuestra patria arruinada? Es a todos común, a todos llano, que debe (como miembro y parte unida) poner por su ciudad el ciudadano no sólo su descanso, mas la vida, Alonso de Ercilla 120 y por razón y por derecho humano de justa deuda natural debida, a posponer el hombre está obligado por el sosiego público el privado. «¡Al alto y grande Iúpiter pluguiera que bastara ofrecer la vida mía, que presto el judicioso mundo viera cuán voluntariamente la ofrecía! Y pues habéis pasado la carrera por tan estrecha y trabajosa vía, no es bien que al rematar tan largo trecho borréis y deshagáis cuanto habéis hecho». Visto los senadores cómo Dido (por el camino de razón llevada) en el armado lazo había caído, en sus mismas palabras enredada, cambiando en rostro alegre el afligido, las manos altas y la voz alzada, le dicen: «Todos juntos como estamos tus urgentes razones aprobamos. Justamente, Señora, sentenciaste, sacándonos de duda y grande aprieto, que no hay razón tan eficaz que baste contra la autoridad de tu decreto; y porque tiempo en esto no se gaste, es bien que te aclaremos el secreto La Araucana 121 pues por ningún respeto ni avenencia puedes contravenir a tu sentencia. «Sabrás, Reina, que Yarbas no te envía por tus ancianos viejos impedidos, que en todo buen gobierno y policía tiene su reino y pueblos corregidos. Sólo quiere tu gracia y compañía, ofreciéndote en dote mil partidos, con útiles y honrosas condiciones y un infinito número de dones. Advierte que, si a caso no acetares el santo conyugal ayuntamiento, y con errado acuerdo despreciares su larga voluntad y ofrecimiento, harás que el hierro y llamas militares asuelen a Cartago de cimiento, así que en tu eleción y a tu escogida queda la guerra o paz comprometida. Que si el buen ciudadano alegremente debe ofrecerse por la patria amiga, con más razón y fuerza más urgente como cabeza a ti la ley te obliga, y no puedes con causa suficiente dejar de redemir nuestra fatiga, dándonos con el tiempo prosperado la sucesión y fruto deseado. Alonso de Ercilla 122 Cuando a seguir estés determinada el casto infrutuoso presupuesto, mira a tus pies esta ciudad prostrada y al inocente cuello el lazo puesto, que por ti renunció la patria amada, debajo de promesa y de protesto que al descanso y quietud que pretendías el sosiego común antepondrías». Sintió la Reina tanto al improviso la gran demanda y condición propuesta, que por más que encubrir la pena quiso, della el rostro señal dio manifiesta. Mas con su discreción y grande aviso, suspendiendo algún tanto la respuesta, soltó la voz serena y sosegada que la gran turbación tenía trabada, diciéndoles: «Amigos, yo quisiera para que todo escándalo se evite, que responderos luego yo pudiera antes que Yarbas más nos necesite. Pero el negocio y caso es de manera que mi estado y grandeza no permite que me resuelva a responder tan presto aunque os parezca a todos que es honesto. Que es mostrar liviandad y demás deso, falto a la obligación y fe que debo La Araucana 123 si del intento casto y voto espreso a la primera persuasión me muevo, borrando el inviolable sello impreso de mi primero amor con otro nuevo; así que combatida de contrarios, son el tiempo y consejo necesarios. Tres meses pido, amigos, solamente para acordar lo que se debe en esto, y dar satisfación de mí a la gente en no determinarme así tan presto; que el libertado vulgo maldiciente aun quiere calumniar lo que es honesto; y como instituidores de las leyes, tienen más ojos sobre sí los reyes. Yarbas no se dará por enemigo en cuanto el fin de los tres meses llega, y pasado este término me obligo de responderle grata a lo que ruega. Tomar, pues, menos plazo del que digo mi honestidad y estimación lo niega y no conviene a Dido dar disculpa, que es indicio de error y arguye culpa». Cerróse aquí la Reina, y fue forzado hacer con los de Yarbas nuevo asiento, que aguardasen el tiempo señalado para determinar el casamiento; Alonso de Ercilla 124 los cuales, por el ruego del Senado y el gracioso hospedaje y tratamiento, quedaron en Cartago aquellos días con grandes regocijos y alegrías. Y aunque el Senado en la demanda instaba por el provecho y general sosiego, la Reina la respuesta dilataba dando gratos oídos a su ruego; y entre tanto en secreto aparejaba lo que tenía pensado desde luego, que era acabar la vida miserable, primero que mudar la fe inmudable. Llegado aquel funesto último día, el pueblo en la ancha plaza congregado, ricamente la Reina se vestía, subiendo en un esento y alto estrado, al pie del cual una hoguera había para la inmola y sacrificio usado, de donde a los atentos circunstantes les dijo las palabras semejantes: «¡Oh fieles compañeros, que contino en todos los trabajos lo mostrastes, que por seguir mis hados y camino, vuestras casas y patria renunciastes! La Araucana 125 Hoy la fortuna y áspero destino, por el último fin de sus contrastes, me fuerzan a dejar a costa mía, vuestra cara y amable compañía. «Si apartarme de amigos tan leales hace esta mi partida dolorosa, los consultados dioses celestiales no disponen ni pueden otra cosa. Y así, para desviar los grandes males que tienen a Cartago temerosa pues ponen en mis manos el remedio, quiero quitar la causa de por medio; que pues del Cielo el áspero decreto de poder tener bien me inhabilita, y el ver a mi ciudad puesta en aprieto a quebrantar la fe me necesita, quiero cortar a Yarbas el sujeto del engañado amor que así le incita, dando a mi vida fin, pues deste modo, faltando la ocasión, cesará todo. Esto será con darme yo la muerte y aunque os parezca este remedio estraño, es más fácil, más breve y menos fuerte y, en fin, particular y poco el daño; pues sin peligro vuestro desta suerte saldrá el errado Yarbas de su engaño Alonso de Ercilla 126 y yo conservaré con más pureza del casto y viudo lecho la limpieza. Hoy por el precio de una corta vida la vejación redimo de Cartago, dejando ejemplo y ley establecida que os obligue a hacer lo que yo hago; y con mi limpia sangre aquí esparcida al cielo y a la tierra satisfago pues muero por mi pueblo y guardo entera con inviolable amor la fe primera. No lamentéis mi muerte anticipada pues el cielo la aprueba y soleniza, que una breve fatiga y muerte honrada, asegura la vida y la eterniza. Que si el cuchillo de la Parca airada al que quiere vivir le atemoriza, no os debe de pesar si Dido muere, pues vive el que se mata cuanto quiere. A Dios, a Dios, amigos, que ya os veo libres y a mi marido satisfecho...» Y no les dijo más con el deseo que tenía de acabar el fiero hecho. Así, llamando el nombre de Sicheo, se abrió con un puñal el casto pecho, dejándose caer de golpe luego sobre las llamas del ardiente fuego. La Araucana 127 Fue su muerte sentida en tanto grado que gran tiempo en Cartago la lloraron, y en memoria del caso señalado, un sumptuoso templo le fundaron, donde con sacrificio y culto usado mientras las cosas prósperas duraron de aquella su ciudad ennoblecida, por diosa de la patria fue tenida. Y aborreciendo el nombre de señores muerta la memorable reina Dido, por cien sabios ancianos senadores de allí adelante el pueblo fue regido; y creciendo el concurso y moradores vino a ser poderoso y tan temido que un tiempo a Roma en su mayor grandeza le puso en gran trabajo y estrecheza. Éste es el cierto y verdadero cuento de la famosa Dido disfamada, que Virgilio Marón sin miramiento, falsó su historia y castidad preciada por dar a sus ficiones ornamento; pues vemos que esta reina importunada, pudiéndose casar y no quemarse, antes quemarse quiso que casarse. Iban todos atentos escuchando el estraño suceso peregrino, Alonso de Ercilla 128 cuando al fuerte llegamos, acabando la historia juntamente y el camino. Y en él aquella noche reposando, venida la mañana nos convino procurar de tener con diligencia del buscado enemigo inteligencia. Mas un indio que a caso inadvertido, fue de una escolta nuestra prisionero, hombre en las muestras de ánimo atrevido, suelto de manos y de pies ligero con promesas y dádivas vencido, dijo: «Yo me resuelvo y me profiero de daros llanamente hoy en la mano al grande General Caupolicano. En un áspero bosque y espesura, nueve millas de Ongolmo desviado, está en un sitio fuerte por natura de ciénagas y fosos rodeado, donde por ser la tierra tan segura anda de solos diez acompañado, hasta que vuestra próspera creciente aplaque el gran furor de su corriente. Por una estrecha y desusada vía, sin que pueda haber dello sentimiento, seré en la noche escura yo la guía, llevando vuestra gente en salvamento; La Araucana 129 y antes que se descubra el claro día daréis en el oculto alojamiento, donde cumplir del todo yo me obligo, pena de la cabeza, lo que digo». Fue la razón del mozo bien oída, viéndole en su promesa tan constante y así luego una escuadra prevenida de gente experta y número bastante para toda sospecha apercebida, llevando al indio amigo por delante, salió a la prima noche en gran secreto, con paso largo y caminar quieto. Por una senda angosta e intricada, subiendo grandes cuestas y bajando, del solícito bárbaro guiada, iba a paso tirado caminando; mas la escura tiniebla adelgazada por la vecina aurora, reparando junto a un arroyo y pedregosa fuente, volvió el indio diciendo a nuestra gente: Yo no paso adelante, ni es posible seguir este camino comenzado, que el hecho es grande y el temor terrible que me detiene el paso acobardado, imaginando aquel aspecto horrible del gran Caupolicán contra mí airado, Alonso de Ercilla 130 cuando venga a saber que solo he sido el soldado traidor que le ha vendido. Por este arroyo arriba, que es la guía aunque sin rastro alguno ni vereda, daréis presto en el sitio y ranchería que está en medio de un bosque y arboleda; y antes que aclare el ya vecino día, os dad priesa a llegar, porque no pueda la centinela descubrir del cerro vuestra venida oculta y mi gran yerro. Yo me vuelvo de aquí pues he cumplido dejándoos, como os dejo, en este puesto, adonde salvamente os he traído poniéndome a peligro manifiesto; y pues al punto justo habéis venido, os conviene dar priesa y llegar presto, que es irrecuperable y peligrosa la pérdida del tiempo en toda cosa. Y si sienten rumor desta venida, el sitio es ocupado y peñascoso, fácil y sin peligro la huida por un derrumbadero montuoso: mirad que os daña ya la detenida, seguid hoy vuestro hado venturoso, que menos de una milla de camino tenéis al enemigo ya vecino». La Araucana 131 No por caricia, oferta ni promesa quiso el indio mover el pie adelante, ni amenaza de muerte o vida o presa a sacarle del tema fue bastante; y viendo el tiempo corto y que la priesa les era a la sazón tan importante, dejándole amarrado a un grueso pino, la relación siguieron y camino. Al cabo de una milla y a la entrada de un arcabuco lóbrego y sombrío, sobre una espesa y áspera quebrada dieron en un pajizo y gran bohío; la plaza en derredor fortificada con un despeñadero sobre un río, y cerca dél, cubiertas de espadañas, chozas, casillas, ranchos y cabañas. La centinela en esto, descubriendo de la punta de un cerro nuestra gente, dio la voz y señal, apercibiendo al descuidado general valiente; pero los nuestros en tropel corriendo le cercaron la casa de repente, saltando el fiero bárbaro a la puerta, que ya a aquella sazón estaba abierta. Mas viendo el paso en torno embarazado y el presente peligro de la vida, Alonso de Ercilla 132 con un martillo fuerte y acerado quiso abrir a su modo la salida; y alzándole a dos manos, empinado, por dalle mayor fuerza a la caída, topó una viga arriba atravesada do la punta encarnó y quedó trabada; pero un soldado a tiempo atravesando por delante, acercándose a la puerta, le dio un golpe en el brazo, penetrando los músculos y carne descubierta; en esto el paso el indio retirando, visto el remedio y la defensa incierta, amonestó a los suyos que se diesen, y en ninguna manera resistiesen. Salió fuera sin armas, requiriendo que entrasen en la estancia asegurados, que eran pobres soldados, que huyendo andaban de la guerra amedrentados; y así con priesa y turbación, temiendo ser de los forajidos salteados, a la ocupada puerta había salido, de las usadas armas prevenido. Entraron de tropel, donde hallaron ocho o nueve soldados de importancia que, rendidas las armas, se entregaron con muestras aparentes de inorancia. La Araucana 133 Todos atrás las manos los ataron repartiendo el despojo y la ganancia, guardando al capitán disimulado con dobladas prisiones y cuidado, que aseguraba con sereno gesto ser un bajo soldado de linaje, pero en su talle y cuerpo bien dispuesto, daba muestra de ser gran personaje. Gastóse algún espacio y tiempo en esto, tomando de los otros más lenguaje, que todos contestaban que era un hombre de estimación común y poco nombre. Ya entre los nuestros a gran furia andaba el permitido robo y grita usada, que rancho, casa y choza no quedaba que no fuese deshecha y saqueada, cuando de un toldo, que vecino estaba sobre la punta de la gran quebrada, se arroja una mujer, huyendo apriesa por lo más agrio de la breña espesa. Pero alcanzóla un negro a poco trecho que tras ella se echó por la ladera, que era intricado el paso y muy estrecho, y ella no bien usada en la carrera. Llevaba un mal envuelto niño al pecho de edad de quince meses, el cual era Alonso de Ercilla 134 prenda del preso padre desdichado, con grande estremo dél y della amado. Trújola el negro suelta, no entendiendo que era presa y mujer tan importante; en esto ya la gente iba saliendo al tino del arroyo resonante, cuando la triste palla descubriendo al marido que preso iba adelante, de sus insignias y armas despojado, en el montón de la canalla atado, no reventó con llanto la gran pena ni de flaca mujer dio allí la muestra, antes de furia y viva rabia llena, con el hijo delante se le muestra diciendo: «La robusta mano ajena que así ligó tu afeminada diestra más clemencia y piedad contigo usara si ese cobarde pecho atravesara. ¿Eres tú aquel varón que en pocos días hinchó la redondez de sus hazañas, que con sólo la voz temblar hacías las remotas naciones más estrañas? ¿Eres tú el capitán que prometías de conquistar en breve las Españas, y someter el ártico hemisferio al yugo y ley del araucano imperio? La Araucana 135 ¡ Ay, de mí! ¡Cómo andaba yo engañada con mi altiveza y pensamiento ufano, viendo que en todo el mundo era llamada Fresia, mujer del gran Caupolicano! Y agora miserable y desdichada todo en un punto me ha salido vano, viéndote prisionera en un desierto, pudiendo haber honradamente muerto. ¿Qué son de aquellas pruebas peligrosas, que así costaron tanta sangre y vidas, las empresas difíciles dudosas por ti con tanto esfuerzo acometidas? ¿Qué es de aquellas vitorias gloriosas de esos atados brazos adquiridas? ¿Todo al fin ha parado y se ha resuelto en ir con esa gente infame envuelto? Dime: ¿faltóte esfuerzo, faltó espada para triunfar de la mudable diosa? ¿No sabes que una breve muerte honrada hace inmortal la vida y gloriosa? Miraras a esta prenda desdichada, pues que de ti no queda ya otra cosa, que yo, apenas la nueva me viniera, cuando muriendo alegre te siguiera. Toma, toma tu hijo, que era el ñudo con que el lícito amor me había ligado; Alonso de Ercilla 136 que el sensible dolor y golpe agudo estos fértiles pechos han secado. Cría, críale tú que ese membrudo cuerpo en sexo de hembra se ha trocado; que yo no quiero título de madre del hijo infame del infame padre». Diciendo esto, colérica y rabiosa, el tierno niño le arrojó delante, y con ira frenética y furiosa se fue por otra parte en el instante. En fin, por abreviar, ninguna cosa (de ruegos, ni amenazas) fue bastante a que la madre ya cruel volviese y el inocente hijo recibiese. Diéronle nueva madre y comenzaron a dar la vuelta y a seguir la vía, por la cual a gran priesa caminaron recobrando al pasar la fida guía que atada al tronco por temor dejaron; y en larga escuadra al declinar del día entraron en la plaza embanderada con gran aplauso y alardosa entrada. Hízose con los indios diligencia por que con más certeza se supiese si era Caupolicán, que su aparencia daba claros indicios que lo fuese; La Araucana 137 pero ni ausente dél ni en su presencia hubo entre tantos uno que dijese que era más que un incógnito soldado de baja estofa y sueldo moderado. Aunque algunos, después más animados, cuando en particular los apretaban, de su cercana muerte asegurados, el sospechado engaño declaraban. Pero luego delante dél llevados, con medroso temblor se retrataban, negando la verdad ya comprobada, por ellos en ausencia confesada. Mas viéndose apretado y peligroso y que encubrirse al cabo no podía, dejando aquel remedio infrutuoso, quiso tentar el último que había; y así, llamando al capitán Reynoso, que luego vino a ver lo que quería, le dijo con sereno y buen semblante lo que dirán mis versos adelante. Alonso de Ercilla 138 Canto XXXIIII Habla Caupolicán a Reynoso y, sabiendo que ha de morir, se vuelve cristiano; muere de miserable muerte aunque con ánimo esforzado. Los araucanos se juntan a la eleción del nuevo general. Manda el rey don Felipe levantar gente para entrar en Portugal ¡Oh vida miserable y trabajosa a tantas desventuras sometida! ¡Prosperidad humana sospechosa pues nunca hubo ninguna sin caída! ¿Qué cosa habrá tan dulce y tan sabrosa que no sea amarga al cabo y desabrida? No hay gusto, no hay placer sin su descuento, que el dejo, del deleite es el tormento. Hombres famosos en el siglo ha habido a quien la vida larga ha deslustrado, que el mundo los hubiera preferido si la muerte se hubiera anticipado: Aníbal desto buen ejemplo ha sido y el Cónsul que en Farsalia derrocado perdió por vivir mucho, no el segundo, mas el lugar primero deste mundo. Esto confirma bien Caupolicano, famoso capitán y gran guerrero, que en el término américo-indiano La Araucana 139 tuvo en las armas el lugar primero; mas cargóle Fortuna así la mano (dilatándole el término postrero), que fue mucho mayor que la subida la miserable y súbita caída. El cual, reconociendo que su gente vacilando en la fe titubeaba, viendo que ya la próspera creciente de su fortuna apriesa declinaba, hablar quiso a Reynoso claramente; que venido a saber lo que pasaba, presente el congregado pueblo todo, habló el bárbaro grave deste modo: «Si a vergonzoso estado reducido me hubiera el duro y áspero destino, y si esta mi caída hubiera sido debajo de hombre y capitán indino, no tuve así el brazo desfallecido que no abriera a la muerte yo camino por este propio pecho con mi espada, cumpliendo el curso y mísera jornada; «mas juzgándote digno y de quien puedo recebir sin vergüenza yo la vida lo que de mí pretendes te concedo luego que a mí me fuere concedida; ni pienses que a la muerte tengo miedo, Alonso de Ercilla 140 que aquesa es de los prósperos temida, y en mí por esperiencia he probado, cuán mal le está el vivir al desdichado. Yo soy Caupolicán, que el hado mío por tierra derrocó mi fundamento, y quien del araucano señorío tiene el mando absoluto y regimiento. La paz está en mi mano y albedrío y el hacer y afirmar cualquier asiento pues tengo por mi cargo y providencia toda la tierra en freno y obediencia, Soy quien mató a Valdivia en Tucapelo, y quien dejó a Purén desmantelado; soy el que puso a Penco por el suelo y el que tantas batallas ha ganado; pero el revuelto ya contrario cielo, de vitorias y triunfos rodeado, me ponen a tus pies a que te pida por un muy breve término la vida. Cuando mi causa no sea justa, mira que el que perdona más es más clemente y si a venganza la pasión te tira, pedirte yo la vida es suficiente. Aplaca el pecho airado, que la ira es en el poderoso impertinente; La Araucana 141 y si en darme la muerte estás ya puesto, especie de piedad es darla presto. No pienses que aunque muera aquí a tus manos, ha de faltar cabeza en el Estado, que luego habrá otros mil Caupolicanos mas como yo ninguno desdichado; y pues conoces ya a los araucanos, que dellos soy el mínimo soldado, tentar nueva fortuna error sería yendo tan cuesta abajo ya la mía. Mira que a muchos vences en vencerte, frena el ímpetu y cólera dañosa: que la ira examina al varón fuerte, y el perdonar, venganza es generosa. La paz común destruyes con mi muerte, suspende ahora la espada rigurosa, debajo de la cual están a una mi desnuda garganta y tu fortuna. Aspira a más y a mayor gloria atiende, no quieras en poca agua así anegarte, que lo que la fortuna aquí pretende, sólo es que quieras della aprovecharte. Conoce el tiempo y tu ventura entiende, que estoy en tu poder, ya de tu parte, y muerto no tendrás de cuanto has hecho, sino un cuerpo de un hombre sin provecho. Alonso de Ercilla 142 Que si esta mi cabeza desdichada pudiera, ¡oh capitán! satisfacerte, tendiera el cuello a que con esa espada remataras aquí mi triste suerte; pero deja la vida condenada el que procura apresurar su muerte, y más en este tiempo, que la mía la paz universal perturbaría. Y pues por la esperiencia claro has visto, que libre y preso, en público y secreto, de mis soldados soy temido y quisto, y está a mi voluntad todo sujeto, haré yo establecer la ley de Christo, y que, sueltas las armas, te prometo vendrá toda la tierra en mi presencia a dar al Rey Felipe la obediencia. Tenme en prisión segura retirado hasta que cumpla aquí lo que pusiere; que yo sé que el ejército y Senado en todo aprobarán lo que hiciere. Y el plazo puesto y término pasado, podré también morir, si no cumpliere: escoge lo que más te agrada desto, que para ambas fortunas estoy presto». No dijo el indio más, y la respuesta sin turbación mirándole atendía, La Araucana 143 y la importante vida o muerte presta callando con igual rostro pedía; que por más que fortuna contrapuesta procuraba abatirle, no podía, guardando, aunque vencido y preso, en todo cierto término libre y grave modo. Hecha la confesión, como lo escribo, con más rigor y priesa que advertencia, luego a empalar y asaetearle vivo fue condenado en pública sentencia. No la muerte y el término excesivo causó en su gran semblante diferencia, que nunca por mudanzas vez alguna pudo mudarle el rostro la fortuna, Pero mudóle Dios en un momento, obrando en él su poderosa mano pues con lumbre de fe y conocimiento se quiso baptizar y ser christiano. Causó lástima y junto gran contento al circunstante pueblo castellano, con grande admiración de todas gentes y espanto de los bárbaros presentes. Luego aquel triste, aunque felice día, que con solennidad le baptizaron, y en lo que el tiempo escaso permitía en la fe verdadera le informaron, Alonso de Ercilla 144 cercado de una gruesa compañía de bien armada gente le sacaron a padecer la muerte consentida, con esperanza ya de mejor vida. Descalzo, destocado, a pie, desnudo, dos pesadas cadenas arrastrando, con una soga al cuello y grueso ñudo, de la cual el verdugo iba tirando, cercado en torno de armas y el menudo pueblo detrás, mirando y remirando si era posible aquello que pasaba que, visto por los ojos, aún dudaba. Desta manera, pues, llegó al tablado, que estaba un tiro de arco del asiento media pica del suelo levantado, de todas partes a la vista esento; donde con el esfuerzo acostumbrado, sin mudanza y señal de sentimiento, por la escala subió tan desenvuelto como si de prisiones fuera suelto. Puesto ya en lo más alto, revolviendo a un lado y otro la serena frente, estuvo allí parado un rato viendo el gran concurso y multitud de gente, que el increíble caso y estupendo atónita miraba atentamente, La Araucana 145 teniendo a maravilla y gran espanto haber podido la fortuna tanto. Llegóse él mismo al palo donde había de ser la atroz sentencia ejecutada con un semblante tal, que parecía tener aquel terrible trance en nada, diciendo: «Pues el hado y suerte mía me tienen esta muerte aparejada, venga, que yo la pido, yo la quiero que ningún mal hay grande, si es postrero». Luego llegó el verdugo diligente, que era un negro gelofo, mal vestido, el cual viéndole el bárbaro presente para darle la muerte prevenido, bien que con rostro y ánimo paciente las afrentas de más había sufrido, sufrir no pudo aquélla, aunque postrera, diciendo en alta voz desta manera; «¿Cómo que en christiandad y pecho honrados cabe cosa tan fuera de medida, que a un hombre como yo tan señalado le dé muerte una mano así abatida? Basta, basta morir al más culpado, que al fin todo se paga con la vida; y es usar deste término conmigo inhumana venganza y no castigo. Alonso de Ercilla 146 «¿No hubiera alguna espada aquí de cuantas contra mí se arrancaron a porfía, que usada a nuestras míseras gargantas, cercenara de un golpe aquesta mía? Que aunque ensaye su fuerza en mí de tantas maneras la fortuna en este día acabar no podrá que bruta mano toque al gran General Caupolicano». Esto dicho y alzando el pie derecho (aunque de las cadenas impedido) dio tal coz al verdugo que gran trecho le echó rodando abajo mal herido; reprehendido el impaciente hecho, y él del súbito enojo reducido, le sentaron después con poca ayuda sobre la punta de la estaca aguda. No el aguzado palo penetrante por más que las entrañas le rompiese barrenándole el cuerpo, fue bastante a que al dolor intenso se rindiese: que con sereno término y semblante, sin que labrio ni ceja retorciese, sosegado quedó de la manera que si asentado en tálamo estuviera. En esto, seis flecheros señalados, que prevenidos para aquello estaban La Araucana 147 treinta pasos de trecho, desviados por orden y de espacio le tiraban; y aunque en toda maldad ejercitados, al despedir la flecha vacilaban, temiendo poner mano en un tal hombre de tanta autoridad y tan gran nombre. Mas Fortuna cruel, que ya tenía tan poco por hacer y tanto hecho, si tiro alguno avieso allí salía, forzando el curso le traía derecho y en breve, sin dejar parte vacía, de cien flechas quedó pasado el pecho, por do aquel grande espíritu echó fuera, que por menos heridas no cupiera. Paréceme que siento enternecido al mas cruel y endurecido oyente deste bárbaro caso referido al cual, Señor, no estuve yo presente, que a la nueva conquista había partido de la remota y nunca vista gente; que si yo a la sazón allí estuviera, la cruda ejecución se suspendiera. Quedó abiertos los ojos y de suerte que por vivo llegaban a mirarle, que la amarilla y afeada muerte no pudo aún puesto allí desfigurarle. Alonso de Ercilla 148 Era el miedo en los bárbaros tan fuerte que no osaban dejar de respetarle, ni allí se vio en alguno tal denuedo, que puesto cerca dél no hubiese miedo. La voladora fama presurosa derramó por la tierra en un momento la no pensada muerte ignominiosa, causando alteración y movimiento. Luego la turba, incrédula y dudosa, con nueva turbación y desatiento corre con priesa y corazón incierto a ver si era verdad que fuese muerto. Era el número tanto que bajaba del contorno y distrito comarcano, que en ancha y apiñada rueda estaba siempre cubierto el espacio llano. Crédito allí a la vista no se daba si ya no le tocaban con la mano y aún tocado, después les parecía que era cosa de sueño o fantasía. No la afrentosa muerte impertinente para temor del pueblo esecutada ni la falta de un hombre así eminente (en que nuestra esperanza iba fundada) amedrentó ni acobardó la gente; antes de aquella injuria provocada La Araucana 149 a la cruel satisfación aspira, llena de nueva rabia y mayor ira. Unos con sed rabiosa de venganza por la afrenta y oprobio recebido, otros con la codicia y esperanza del oficio y bastón ya pretendido, antes que sosegase la tardanza el ánimo del pueblo removido, daban calor y fuerzas a la guerra incitando a furor toda la tierra. Si hubiese de escribir la bravería de Tucapel, de Rengo y Lepomande, Orompello, Lincoya y Lebopía, Purén, Cayocupil y Mareande, en un espacio largo no podría y fuera menester libro más grande, que cada cual con hervoroso afecto pretende allí y aspira a ser electo. Pero el cacique Colocolo, viendo el daño de los muchos pretendientes, como prudente y sabio conociendo pocos para el gran cargo suficientes, su anciana gravedad interponiendo les hizo mensajeros diligentes para que se juntasen a consulta en lugar apartado y parte oculta. Alonso de Ercilla 150 Los que abreviar el tiempo deseaban, luego para la junta se aprestaron, y muchos, recelando que tardaban, la diligencia y paso apresuraron; otros que a otro camino enderezaban, por no se declarar no rehusaron, siguiendo sin faltar un hombre solo el sabio parecer de Colocolo. Fue entre ellos acordado que viniesen solos, a la ligera, sin bullicio, porque los enemigos no tuviesen de aquella nueva junta algún indicio, haciendo que de todas partes fuesen indios que con industria y artificio instasen en la paz siempre ofrecida, con muestra humilde y contrición fingida. El plazo puesto y sitio señalado en un cómodo valle y escondido, la convocada gente del Senado al término llegó constituido; y entre ellos Tucapel determinado do por bien o por mal ser elegido, y otros que con menores fundamentos, mostraban sus preñados pensamientos. Siento fraguarse nuevas disensiones, moverse gran discordia y diferencia, La Araucana 151 hervir con ambición los corazones, brotar el odio antiguo y competencia; variar los designios y opiniones sin manera o señal de conveniencia, fundando cada cual su desvarío en la fuerza del brazo y albedrío. Entrados, como digo, en el consejo, los caciques y nobles congregados, todos con sus insignias y aparejo, según su antigua preeminencia armados, Colocolo, sagaz y cauto viejo, viéndolos en los rostros demudados, aunque aguardaba a la sazón postrera, adelantó la voz desta manera. Pero si no os cansáis, Señor, primero que os diga lo que dijo Colocolo, tomar otro camino largo quiero y volver el designio a nuestro polo. Que aunque a deciros mucho me profiero, el sujeto que tomo basta solo a levantar mi baja voz cansada de materia hasta aquí necesitada. Mas si me dais licencia yo querría (para que más a tiempo esto refiera) alcanzar, si pudiese, a don García aunque es diversa y larga la carrera; Alonso de Ercilla 152 el cual en el turbado reino había reformado los pueblos de manera que puso con solícito cuidado la justicia y gobierno en buen estado. Pasó de Villarrica el fértil llano que tiene al sur el gran volcán vecino, fragua (según afirman) de Vulcano, que regoldando fuego está contino. De allí volviendo por la diestra mano, visitando la tierra al cabo vino al ancho lago y gran desaguadero, término de Valdivia y fin postrero, donde también llegué, que sus pisadas sin descansar un punto voy siguiendo, y de las más ciudades convocadas iban gentes en número acudiendo pláticas en conquistas y jornadas; y así el tumulto bélico creciendo en sordo són confuso ribombaba y el vecino contorno amedrentaba; que arrebatado del ligero viento, y por la fama lejos esparcido, hirió el desapacible y duro acento de los remotos indios el oído; los cuales, con turbado sentimiento, huyen del nuevo y fiero són temido La Araucana 153 cual medrosas ovejas derramadas del aullido del lobo amedrentadas. Nunca el escuro y tenebroso velo de nubes congregadas de repente, ni presto rayo que rasgando el cielo baja tronando envuelto en llama ardiente, ni terremoto cuando tiembla el suelo, turba y atemoriza así la gente, como el horrible estruendo de la guerra turbó y amedrentó toda la tierra. Quién sin duda publica que ya entraban destruyendo ganados y comidas; quién que la tierra y pueblos saqueaban privando a los caciques de las vidas; quién que a las nobles dueñas deshonraban y forzaban las hijas recogidas, haciendo otros insultos y maldades sin reservar lugar, sexo ni edades. Crece el desorden, crece el desconcierto con cada cosa que la fama aumenta, teniendo y afirmando por muy cierto cuanto el triste temor les representa. Sólo el salvarse les parece incierto y esto los atribula y atormenta; allá corren gritando, acá revuelven, todo lo creen y en nada se resuelven. Alonso de Ercilla 154 Mas luego que el temor desatinado que la gente llevaba derramada dejó en ella lugar desocupado por donde la razón hallase entrada, el atónito pueblo reportado, su total perdición considerada, se junta a consultar en este medio las cosas importantes al remedio. Hallóse en este vario ayuntamiento Tunconabala, plático soldado, persona de valor y entendimiento, en la araucana escuela dotrinado, que por cierta quistión y acaecimiento de su tierra y parientes desterrados, se redujo a doméstico ejercicio, huyendo el trato bélico y bullicio. El cual, viendo en el pueblo diferente el miedo grande y confusión que había, pues sin oír trompeta ni ver gente le espantaba su misma vocería, en un lugar capaz y conveniente junta toda la noble compañía. Sosegado el rumor y alteraciones, les comenzó a decir estas razones: «Escusado es, amigos, que yo os diga el peligroso punto en que nos vemos La Araucana 155 por esta gente pérfida enemiga que ya, cierto, a las puertas la tenemos; pues el temor que a todos nos fatiga, nos apremia y constriñe a que entreguemos la libertad y casas al tirano, dándole entrada libre y paso llano. «¿A qué fosado muro o antepecho, a qué fuerza o ciudad, a qué castillo os podéis retirar en este estrecho, que baste sola una hora a resistillo? Si queréis hacer rostro y mostrar pecho, desnudo le ofrecemos al cuchillo, pues nos coge esta furia repentina sin armas, capitán, ni diciplina. «Que estos barbudos crueles y terribles del bien universal usurpadores, son fuertes, poderosos, invencibles, y en todas sus empresas, vencedores; arrojan rayos con estruendo horribles, pelean sobre animales corredores, grandes, bravos, feroces y alentados, de solo el pensamiento gobernados. Y pues contra sus armas y fiereza defensa no tenéis de fuerza o muro, la industria ha de suplir nuestra flaqueza y, prevenir con tiempo el mal futuro; Alonso de Ercilla 156 que mostrando doméstica llaneza les podéis prometer paso seguro, como a nación vecina y gente amiga, que la promesa en daño a nadie obliga, haciendo en este tiempo limitado retirar con silencio y buena maña la ropa, provisiones y ganado al último rincón de la montaña, dejando el alimento tan tasado, que vengan a entender que esta campaña es estéril, es seca y mal templada, de gente pobre y mísera habitada. Porque estos insaciables avarientos, viendo la tierra pobre y poca presa, sin duda mudarán los pensamientos dejando por inútil esta empresa; y la falta de gente y bastimentos los echará deste distrito apriesa, guiados por la breña y gran recuesto de do quizá no volverán tan presto. Tenéis de Ancud el Paso y estrecheza cerrado de peñascos y jarales, por do quiso impedir naturaleza el trato a los vecinos naturales; cuya espesura grande y aspereza aún no pueden romper los animales, La Araucana 157 y las aves alígeras del cielo sienten trabajo en el pasarle a vuelo. «Llevados por aquí, sin duda creo que viendo el alto monte peligroso corregirán el ímpetu y deseo, volviendo atrás el paso presuroso. Y si quieren buscar algún rodeo, desviarse de aquí será forzoso, dejando esta región por miserable libre de su insolencia intolerable. Y aunque la libertad y vida mía sé que corre peligro en el viaje, con rústica y desnuda compañía salir quiero a encontrarlos al pasaje, y fingiendo ignorancia y alegría, vestido de grosero y pobre traje, ofrecerles en don una miseria que arguya y dé a entender nuestra laceria. Quizá viendo el trabajo y poco fruto que se puede esperar de la pobreza, la estéril tierra y mísero tributo, el linaje de gente y rustiqueza, mudarán el intento resoluto que es de buscar haciendas y riqueza, haciéndoles volver con maña y arte las armas y designios a otra parte». Alonso de Ercilla 158 No acabó su razón el indio cuando se levantó un rumor entre la gente el parecer a voces aprobando, sin mostrarse ninguno diferente; y así la ejecución apresurando en lo ya consultado conveniente, corrieron al efeto, retirados los muebles, vituallas y ganados. Ya el español con la presteza usada al último confín había venido, dando remate a la postrer jornada del límite hasta allí constituido; y puesto el pie en la raya señalada, el presuroso paso suspendido, dijo (si ya escucharlo no os enoja) lo que el canto dirá, vuelta la hoja. La Araucana 159 Canto XXXV Entran los españoles en demanda de la nueva tierra. Sáleles al paso Tunconabala; persuádeles a que se vuelvan pero viendo que no aprovecha, les ofrece una guía que los lleva por grandes despeñaderos, donde pasaron terribles trabajos ¿Qué cerros hay que el interés no allana y qué dificultad que no la rompa? ¿Qué pecho fiel, qué voluntad tan sana, que éste no le inficione y la corrompa? Destruye el trato de la vida humana, no hay orden que no altere y la interrompa, ni estrecha entrada ni cerrada puerta que no la facilite y deje abierta. Éste de parentescos y hermandades desata el ñudo y vínculo más fuerte, vuelve en enemistad las amistades y el grato amor en desamor convierte; inventor de desastres y maldades, tropella a la razón, cambia la suerte, hace al hielo caliente, al fuego frío y hará subir por una cuesta un río. Así por mil peligros y derrotas, golfos profundos, mares no sulcados, hasta las partes últimas ignotas trujo sin descansar tantos soldados, Alonso de Ercilla 160 y por vías estériles remotas del interés incitador llevados, piensan escudriñar cuanto se encierra en el círculo inmenso de la tierra. Dije que don García había arribado con prática y, lucida compañía al término de Chile señalado de do nadie jamás pasado había; y en medio de la raya el pie afirmado, que los dos nuevos mundos dividía, presente yo y atento a las señales, las palabras que dijo fueron tales: «Nación a cuyos pechos invencibles no pudieron poner impedimentos peligros y trabajos insufribles, ni airados mares, ni contrarios vientos, ni otros mil contrapuestos imposibles, ni la fuerza de estrellas ni elementos, que rompiendo por todo habéis llegado, al término de orbe limitado: «veis otro nuevo mundo, que encubierto los cielos hasta agora le han tenido, el difícil camino y paso abierto a sólo vuestros brazos concedido; veis de tanto trabajo el premio cierto y cuanto os ha Fortuna prometido, La Araucana 161 que siendo de tan grande empresa autores, habéis de ser sin límite señores; y la parlera fama discurriendo hasta el extremo y término postrero, las antiguas hazañas refiriendo pondrá esta vuestra en el lugar primero; pues en dos largos mundos no cabiendo, venís a conquistar otro tercero, donde podrán mejor sin estrecharse vuestros ánimos grandes ensancharse. Y pues es la sazón tan oportuna y poco necesarias las razones, no quiero detener vuestra fortuna, ni gastar más el tiempo en oraciones. Sús, tomad posesión todos a una desas nuevas provincias y regiones, donde os tienen los hados a la entrada tanta gloria y riqueza aparejada». Luego pues de tropel toda la gente a la plática apenas detenida, pisó la nueva tierra libremente, jamás del estranjero pie batida; y con orden y paso diligente, por una angosta senda mal seguida, en larga retahila y ordenada, dimos principio a la primer jornada. Alonso de Ercilla 162 Caminamos sin rastro algunos días de sólo el tino por el sol guiados, abriendo pasos y cerradas vías rematadas en riscos despeñados; las mentirosas fugitivas guías nos llevaron por partes engañados, que parecía imposible al más gigante poder volver atrás ni ir adelante. Ya del móvil primero arrebatado contra su curso el sol hacia el poniente, al mundo cuatro vueltas había dado calentando del pez la húmida frente, cuando al bajar de un áspero collado vimos salir diez indios de repente por entre un arcabuco y breña espesa, desnudos, en montón, trotando apriesa. Del aire, de la lluvia y sol curtidos, cubiertos de un espeso y largo vello, pañetes cortos de cordel ceñidos, altos de pecho y de fornido cuello, la color y los ojos encendidos, las uñas sin cortar, largo el cabello, brutos campestres, rústicos salvajes, de fieras cataduras y visajes. Venía un robusto viejo el delantero, al cual el medio cuerpo le cubría La Araucana 163 un roto manto de sayal grosero que mísera pobreza prometía. Este, pues, como dije allá primero, era Tunconabal, que pretendía mudar nuestros designios y opiniones con fingidos consejos y razones. Fuimos luego sobre ellos, recelando ser gente de montaña fugitiva; mas ellos, nuestros pasos atajando, venían a más andar la cuesta arriba, y al pie de una alta peña reparando por do un quebrado arroyo se derriba, todos nos aguardaron sin recelo, puestas sus flechas y arcos en el suelo. Luego el anciano a voces y en estraña lengua de nuestro intérprete entendida dijo: «¡Oh gente infeliz, a esta montaña por falso engaño y relación traída, do la serpiente y áspera alimaña apenas sustentar pueden la vida, y adonde el hijo bárbaro nacido es de incultas raíces mantenido! «¿Qué información siniestra, qué noticia incita así vuestro ánimo invencible? ¿Qué dañado consejo o qué malicia os ha facilitado lo imposible? Alonso de Ercilla 164 Frenad, aunque loable, esa cudicia que la empresa es difícil y terrible; y vais sin duda todos engañados a miserable muerte condenados, «que cuando no encontréis gente de guerra que os ponga en el pasaje impedimento, hallaréis una sierra y otra sierra, y una espesura y otra y otras ciento, tanto que la aspereza de la tierra, por la falta de yerba y nutrimento y contagión del aire, no consiente en su esterilidad cosa viviente. «Y aunque me veis en bruto transformado a la silvestre vida reducido, sabed que ya en un tiempo fui soldado, y que también las armas he vestido; así que por la ley que he profesado, viendo que va este ejército perdido, la lástima me mueve a aconsejaros que sin pasar de aquí, queráis tornaros; que estas yermas campañas y espesuras hasta el frígido sur continuadas, han de ser el remate y sepulturas de todas vuestras prósperas jornadas. Mirad destos salvajes las figuras de quien son como fieras habitadas, La Araucana 165 y el fruto que nos dan escasamente, del cual os traigo un mísero presente». En esto, de un fardel de ovas marinas a la manera de una red tejidas, sacó diversas frutas montesinas, duras, verdes, agrestes, desabridas, carne seca de fieras salvajinas y otras silvestres rústicas comidas; langosta al sol curada y lagartijas, con mil varias inmundas sabandijas. Admirónos la forma y la estrañeza de aquella gente bárbara notable, la gran selvatiquez y rustiqueza, el fiero aspecto y término intratable. La espesura de montes y aspereza, y el fruto de aquel suelo miserable, tierra yerma, desierta y despoblada, de trato y vecindad tan apartada. Preguntámosle allí, si prosiguiendo la tierra, era delante montuosa; respondiónos el viejo sonriendo ser más áspera, dura y más fragosa, y que si así la montaña iba creciendo que era imposible y temeraria cosa romper tanta maleza y espesura puesta allí por secreto de natura. Alonso de Ercilla 166 Pero visto nuestro ánimo ambicioso, que era de proseguir siempre adelante, y que el fingido aviso malicioso a volvernos atrás no era bastante, con un afecto tierno y amoroso, mostrando en lo esterior triste semblante, puesto un rato a pensar, afirmó cierto haber cerca otro paso más abierto; que por la banda diestra del poniente dejando el monte del siniestro lado, había un rastro, cursado antiguamente, de la nacida yerba ya borrado, por do podía pasar salva la gente aunque era el trecho largo y despoblado, para lo cual él mismo nos daría una prática lengua y fida guía. Fue de nosotros esto bien oído, que alguna gente estaba ya dudosa, y el donoso presente recebido, también la recompensa fue donosa: un manto de algodón rojo teñido y una poblada cola de raposa, quince cuentas de vidrio de colores, con doce cascabeles sonadores. La dádiva, del viejo agradecida, por ser joyas entre ellos estimadas, La Araucana 167 y la guía solícita venida con todas las más cosas aprestadas, pusimos en efeto la partida siguiéndonos los indios dos jornadas, dando vuelta después por otra senda, dejándonos el indio en encomienda. La cual nos iba siempre asegurando gran riqueza, ganado y poblaciones, los ánimos estrechos ensanchando con falsas y engañosas relaciones, diciendo: «Cuando Febo volteando seis veces alumbrare estas regiones, os prometo, so pena de la vida, henchir del apetito la medida». No sabré encarecer nuestra altiveza, los ánimos briosos y lozanos, la esperanza de bienes y riqueza, las vanas trazas y discursos vanos. El cerro, el monte, el risco y la aspereza eran caminos fáciles y llanos, y el peligro y trabajo exorbitante no osaban ya ponérsenos delante. Íbamos sin cuidar de bastimentos por cumbres, valles hondos, cordelleras, fabricando en los llenos pensamientos, máquinas levantadas y quimeras. Alonso de Ercilla 168 Así ufanos, alegres y contentos pasamos tres jornadas las primeras pero a la cuarta, al tramontar del día, se nos huyó la mentirosa guía. El mal indicio, la sospecha cierta los ánimos turbó más esforzados viendo la falsa trama descubierta y los trabajos ásperos doblados; mas, aunque sin camino y en desierta tierra, del gran peligro amenazados y la hambre y fatiga todo junto, no pudo detenernos solo un punto. Pasamos adelante, descubriendo siempre más arcabucos y breñales, la cerrada espesura y paso abriendo con hachas, con machetes y destrales; otros con pico y azadón rompiendo las peñas y arraigados matorrales, do el caballo hostigado y receloso afirmase seguro el pie medroso. Nunca con tanto estorbo a los humanos quiso impedir el paso la natura y que así de los cielos soberanos, los árboles midiesen el altura, ni entre tantos peñascos y pantanos mezcló tanta maleza y espesura, La Araucana 169 como en este camino defendido, de zarzas, breñas y árboles tejido. También el cielo en contra conjurado, la escasa y turbia luz nos encubría de espesas nubes lóbregas cerrado, volviendo en tenebrosa noche el día, y de granizo y tempestad cargado con tal furor el paso defendía, que era mayor del cielo ya la guerra que el trabajo y peligro de la tierra. Unos presto socorro demandaban en las hondas malezas sepultados; otros, «¡ayuda!, ¡ayuda!», voceaban, en húmidos pantanos atascados; otros iban trepando, otros rodaban los pies, manos y rostros desollados, oyendo aquí y allí voces en vano, sin poderse ayudar ni dar la mano. Era lástima oír los alaridos, ver los impedimentos y embarazos, los caballos sin ánimo caídos, destroncados los pies, rotos los brazos; nuestros sencillos débiles vestidos quedaban por las zarzas a pedazos; descalzos y desnudos, sólo armados, en sangre, lodo y en sudor bañados. Alonso de Ercilla 170 Y demás del trabajo incomportable, faltando ya el refresco y bastimento, la aquejadora hambre miserable las cuerdas apretaba del tormento; y el bien dudoso y daño indubitable desmayaba la fuerza y el aliento, cortando un dejativo sudor frío, de los cansados miembros todo el brío. Pero luego también considerando la gloria que el trabajo aseguraba, el corazón los miembros reforzando, cualquier dificultad menospreciaba, y los fuertes opuestos contrastando todo lo por venir facilitaba, que el valor más se muestra y se parece cuando la fuerza de contrarios crece. Así, pues, nuestro ejército rompiendo de sólo la esperanza alimentado, pasaba a puros brazos descubriendo el encubierto cielo deseado. Íbanse ya las breñas destejiendo, y el bosque de los árboles cerrado desviando sus ramas intricadas nos daban paso y fáciles entradas. Ya por aquella parte, ya por ésta la entrada de la luz desocupando, La Araucana 171 el yerto risco y empinada cuesta iban sus altas cumbre allanando; la espesa y congelada niebla opuesta, el grueso vapor húmido exhalando, así se adelgazaba y esparcía, que penetrar la vista ya podía. Siete días perdidos anduvimos abriendo a hierro el impedido paso, que en todo aquel discurso no tuvimos do poder reclinar el cuerpo laso. Al fin una mañana descubrimos de Ancud el espacioso y fértil raso, y al pie del monte y áspera ladera un estendido lago y gran ribera. Era un ancho arcipiélago, poblado de innumerables islas deleitosas, cruzando por el uno y otro lado góndolas y piraguas presurosas. Marinero jamás desesperado en medio de las olas fluctuosas con tanto gozo vio el vecino puerto, como nosotros el camino abierto. Luego, pues, en un tiempo arrodillados, llenos de nuevo gozo y de ternura, dimos gracias a Dios, que así escapados nos vimos del peligro y desventura; Alonso de Ercilla 172 y de tantas fatigas olvidados, siguiendo el buen suceso y la ventura, con esperanza y ánimo lozano salimos presto al agradable llano. El enfermo, el herido, el estropeado, el cojo, el manco, el débil, el tullido, el desnudo, el descalzo, el desgarrado, el desmayado, el flaco, el deshambrido quedó sano, gallardo y alentado, de nuevo esfuerzo y de valor vestido, pareciéndole poco todo el suelo y fácil cosa conquistar el cielo. Mas con todo este esfuerzo, a la bajada de la ribera, en partes montuosa, hallamos la frutilla coronada que produce la murta virtuosa; y aunque agreste, montés, no sazonada, fue a tan buena sazón y tan sabrosa, que el celeste maná y ollas de Egito no movieran mejor nuestro apetito. Cual banda de langostas enviadas por plaga a veces del linaje humano, que en las espigas fértiles granadas con un sordo rozar no dejan grano, así pues en cuadrillas derramadas, suelta la gente por el ancho llano, La Araucana 173 dejaba los murtales más copados de fruta, rama, y hoja despojados. A puñados la fruta unos comían de la hambre aquejados importuna; otros ramos y hojas engullían, no aguardando a cogerla una por una. Quien huye al repartir la compañía, buscando en lo escondido parte alguna donde comer la rama desgajada de las rapaces uñas escapada, como el montón de las gallinas, cuando salen al campo del corral cerrado, aquí y allí solícitas buscando el trigo de la troj desperdiciado, que con los pies y picos escarbando, halla alguna el regojo sepultado, y alzándose con él, puesta en huida, es de las otras luego perseguida, así aquel que arrebata buena parte, déste y de aquél aquí y allí seguido, huyendo se retira luego en parte donde pueda comer más escondido. Ninguno, si algo alcanza, lo reparte, que no era tiempo aquel de ser partido, ni allí la caridad, aunque la había, estenderse a los prójimos podía. Alonso de Ercilla 174 Estando con sabor desta manera gustando aquella rústica comida, llegó una corva góndola ligera de doce largos remos impelida, que zabordando recio en la ribera, la chusma diestra y gente apercebida saltaron luego en tierra sin recato con muestra de amistad y llano trato. Más si queréis saber quién es la gente, y la causa de haber así arribado, no puedo aquí decíroslo al presente, que estoy del gran camino quebrantado. Así para sazón más conveniente será bien que lo deje en este estado, porque pueda entretanto repararme y os dé menos fastidio el escucharme. La Araucana 175 Canto XXXVI Sale el cacique de la barca a tierra, ofrece a los españoles todo lo necesario para su viaje y prosiguiendo ellos su derrota, les ataja el camino el desaguadero del arcipiélago; atraviésale don Alonso en una piragua con diez soldados; vuelven al alojamiento y de allí por otro camino a la Ciudad Imperial Quien muchas tierras vee, vee muchas cosas que las juzga por fábulas la gente; y tanto cuanto son maravillosas, el que menos las cuenta es más prudente; y aunque es bien que se callen las dudosas y no ponerme en riesgo así evidente, digo que la verdad hallé en el suelo por más que afirmen que es subida al cielo. Estaba retirada en esta parte de todas nuestras tierras escluida, que la falsa cautela, engaño y arte aun nunca habían hallado aquí acogida; pero dejada esta materia aparte, volveré con la priesa prometida a la barca de chusma y gente llena que bogando embistió recio en la arena donde un gracioso mozo bien dispuesto con hasta quince en número venía: crespo, de pelo negro y blanco gesto, Alonso de Ercilla 176 que el principal de todos parecía, el cual con grave término modesto junta nuestra esparcida compañía, nos saludó cortés y alegremente, diciendo en lengua estraña lo siguiente: Hombres o dioses rústicos, nacidos en estos sacros bosques y montañas, por celeste influencia producidos de sus cerradas y ásperas entrañas: ¿por cuál caso o fortuna sois venidos por caminos y sendas tan estrañas a nuestros pobres y últimos rincones, libres de confusión y alteraciones? Si vuestra pretensión y pensamiento es de buscar región más espaciosa, y en la prosecución de vuestro intento tenéis necesidad de alguna cosa, toda comodidad y aviamiento con mano larga y voluntad graciosa hallaréis francamente en el camino por todo el rededor circunvecino. Y si queréis morar en esta tierra, tierra donde moréis aquí os daremos; si os aplace y os agrada más la sierra, allá seguramente os llevaremos; si queréis amistad, si queréis guerra, La Araucana 177 todo con ley igual os lo ofrecemos: escoged lo mejor que, a elección mía, la paz y la amistad escogería». Mucho agradó la suerte, el garbo, el traje del gallardo mancebo floreciente, el expedido término y lenguaje con que así nos habló bizarramente; el franco ofrecimiento y hospedaje, la buena traza y talle de la gente, blanca, dispuesta, en proporción fornida, de manto y floja túnica vestida; la cabeza cubierta y adornada con un capelo en punta rematado pendiente atrás la punta y derribada, a las ceñidas sienes ajustado, de fina lana de vellón rizada y el rizo de colores variados, que lozano y vistoso parecía señal de ser el clima y tierra fría. Las gracias le rendimos de la oferta y voluntad graciosa que mostraba, ofreciendo también la nuestra cierta, que a su provecho y bien se enderezaba; pero al fin nuestra falta descubierta y lo mal que la hambre nos trataba, le pedimos refresco y vitualla debajo de promesa de pagalla. Alonso de Ercilla 178 Luego con voz y prisa diligente, vista la gran necesidad que había, mandó a su prevenida y pronta gente sacar cuanto en la góndola traía, repartiéndolo todo francamente por aquella hambrienta compañía, sin de nadie acetar solo un cabello, ni aun querer recebir las gracias dello. Esforzados así desta manera, y también esforzada la esperanza, se comenzó a marchar por la ribera según nuestra costumbre, en ordenanza; y andada una gran legua, en la primera tierra que pareció cómoda estanza, cerca del agua, en reparado asiento hicimos el primer alojamiento. No estaba nuestro campo aún asentado ni puestas en lugar las demás cosas, cuando de aquella parte y deste lado hendiendo por las aguas espumosas, cargadas de maíz, fruta y pescado arribaron piraguas presurosas, refrescando la gente desvalida, sin rescate, sin cuenta ni medida. La sincera bondad y la caricia de la sencilla gente destas tierras La Araucana 179 daban bien a entender que la cudicia aún no había penetrado aquellas sierras; ni la maldad, el robo y la injusticia (alimento ordinario de las guerras) entrada en esta parte habían hallado ni la ley natural inficionado. Pero luego nosotros, destruyendo todo lo que tocamos de pasada, con la usada insolencia el paso abriendo les dimos lugar ancho y ancha entrada; y la antigua costumbre corrompiendo, de los nuevos insultos estragada, plantó aquí la cudicia su estandarte con más seguridad que en otra parte. Pasada aquella noche, el día siguiente, la nueva por las islas estendida, llegados dos caciques juntamente a dar el parabién de la venida con un largo y espléndido presente de refrescos y cosas de comida y una lanuda oveja y dos vicuñas cazadas en la sierra a puras uñas. Quedábanse suspensos y admirados de ver hombres así no conocidos, blancos, rubios, espesos y barbados, de lenguas diferentes y vestidos. Alonso de Ercilla 180 Miraban los caballos alentados en medio de la furia corregidos y más los espantaba el fiero estruendo del tiro de la pólvora estupendo. Llevábamos el rumbo al sur derecho la torcida ribera costeando, siguiendo la derrota del Estrecho por los grados la tierra demarcando. Pero cuanto ganábamos de trecho, iba el gran arcipiélago ensanchado, descubriendo a distancias desviadas islas en grande número pobladas. Salían muchos caciques al camino a vernos como a cosa milagrosa, pero ninguno tan escaso vino que no trujese en don alguna cosa: quién el vaso capaz de nácar fino, quién la piel del carnero vedijosa, quién el arco y carcaj, quién la bocina, quién la pintada concha peregrina. Yo, que fui siempre amigo e inclinado a inquirir y saber lo no sabido, que por tantos trabajos arrastrado la fuerza de mi estrella me ha traído, de alguna gente moza acompañado en una presta góndola metido, La Araucana 181 pasé a la principal isla cercana, al parecer de tierra y gente llana. Vi los indios, y casas fabricadas de paredes humildes y techumbres, los árboles y plantas cultivadas, las frutas, las semillas y legumbres; noté dellos las cosas señaladas, los ritos, ceremonias y costumbres, el trato y ejercicio que tenían y la ley y obediencia en que vivían. Entré en otras dos islas, paseando sus pobladas y fértiles orillas, otras fui torno a torno rodeando cercado de domésticas barquillas, de quien me iba por puntos informando de algunas nunca vistas maravillas, hasta que ya la noche y fresco viento me trujo a la ribera en salvamento. Pues otro día que el campo caminaba, que de nuestro viaje fue el tercero, habiendo ya tres horas que marchaba hallamos por remate y fin postrero que el gran lago en el mar se desaguaba por un hondo y veloz desaguadero, que su corriente y ancha travesía el paso por allí nos impedía. Alonso de Ercilla 182 Cayó una gran tristeza, un gran nublado en el ánimo y rostro de la gente, viendo nuestro camino así atajado por el ancho raudal de la creciente; que los caballos de cabestro a nado no pudieran romper la gran corriente, ni la angosta piragua era bastante a comportar un peso semejante; y volver pues atrás, visto el terrible trabajo intolerable y excesivo, tenían según razón por imposible poder llegar en salvo un hombre vivo; quedar allí era cosa incompatible y temerario el ánimo y motivo de proseguir el comenzado curso contra toda opinión y buen discurso. Viendo nuestra congoja y agonía un joven indio, al parecer ladino alegre se ofreció que nos daría para volver otro mejor camino; fue excesiva en algunos la alegría, y así dar vuelta luego nos convino, que ya el rígido invierno a los australes comenzaba a enviar recias señales. La Araucana 183 Mas yo, que mis designios verdaderos eran de ver el fin desta jornada, con hasta diez amigos compañeros, gente gallarda, brava y arriscada, reforzando una barca de remeros pasé el gran brazo y agua arrebatada, llegando a zabordar, hechos pedazos, a puro remo y fuerza de los brazos. Entramos en la tierra algo arenosa, sin lengua, y sin noticia, a la ventura, áspera al caminar y pedregosa, a trechos ocupada de espesura; mas visto que la empresa era dudosa y que pasar de allí sería locura, dimos la vuelta luego a la piragua, volviendo atravesar la furiosa agua. Pero yo por cumplir el apetito que era poner el pie más adelante, fingiendo que marcaba aquel distrito, cosa al descubridor siempre importante, corrí una media milla do un escrito quise dejar para señal bastante, y en el tronco que vi de más grandeza escribí con un cuchillo en la corteza: Aquí llegó, donde otro no ha llegado, don Alonso de Ercilla, que el primero en un pequeño barco deslastrado, con solos diez pasó el desaguadero Alonso de Ercilla 184 el año de cincuenta y ocho entrado sobre mil y quinientos, por hebrero, a las dos de la tarde, el postrer día, volviendo a la dejada compañía. Llegando, pues, al campo, que aguardando para partir nuestra venida estaba, que el riguroso invierno comenzando, la desierta campaña amenazaba, el indio amigo prático guiando, la gente alegre el paso apresuraba, pareciendo el camino, aunque cerrado, fácil con la memoria del pasado. Cumplió el bárbaro isleño la promesa que siempre en su opinión estuvo fijo, y por una encubierta selva espesa nos sacó de la tierra, como dijo. Voy pasando por esto a toda priesa, huyendo cuanto puedo el ser prolijo que aunque lo fueron mucho los trabajos, es menester echar por los atajos. A la Imperial llegamos, do hospedados fuimos de los vecinos generosos y de varios manjares regalados hartamos los estómagos golosos. Visto, pues, en el pueblo así ayuntados tantos gallardos jóvenes briosos La Araucana 185 se concertó una justa y desafío donde mostrase cada cual su brío. Turbó la fiesta un caso no pensado y la celeridad del juez fue tanta, que estuve en el tapete, ya entregado al agudo cuchillo la garganta. El inorme delito exagerado la voz y fama pública le canta, que fue solo poner mano a la espada nunca sin gran razón desenvainada. Este acontecimiento, este suceso fue forzosa ocasión de mi destierro, teniéndome después gran tiempo preso por remendar con éste el primer yerro; mas aunque así agraviado, no por eso (armado de paciencia y duro hierro) falté en alguna acción y correría sirviendo en la frontera noche y día. Hubo allí escaramuzas sanguinosas, ordinarios rebatos y emboscadas, encuentros y refriegas peligrosas, asaltos y batallas aplazadas, raras estratagemas engañosas, astucias y cautelas nunca usadas, que aunque fueron en parte de provecho, algunas nos pusieron en estrecho. Alonso de Ercilla 186 Mas después del asalto y gran batalla de la albarrada de Quipeo temida, donde fue destrozada tanta malla y tanta sangre bárbara vertida, fortificado el sitio y la muralla, aceleré mi súbita partida; que el agravio, más fresco cada día, me estimulaba siempre y me roía. Y en un grueso barcón, bajel de trato, que velas altas de partida estaba, salí de aquella tierra y reino ingrato que tanto afán y sangre me costaba; y sin contraste alguno ni rebato, con el austro que en popa nos soplaba, costa a costa y a veces engolfado llegué al Callao de Lima celebrado. Estuve allí hasta tanto que la entrada por el gran Marañón hizo la gente, donde Lope de Aguirre en la jornada, más que Nerón y Herodes inclemente, pasó tantos amigos por la espada y a la querida hija juntamente, no por otra razón y causa alguna mas de para morir juntos a una. Y aunque más de dos mil millas había de camino, por partes despoblado, La Araucana 187 luego de allí por mar tomé la vía, a más larga carrera acostumbrado, y a Panamá llegué, do el mismo día la nueva por el aire había llegado del desbarate y muerte del tirano, saliendo mi trabajo y priesa en vano. Estuve en Tierra Firme detenido por una enfermedad larga y estraña mas luego que me vi convalecido, tocando en las Terceras, vine a España, donde no mucho tiempo detenido, corrí la Francia, Italia y Alemaña, a Silesia, y Moravia hasta Posonia, ciudad, sobre el Danubio, de Panonia. Pasé y volví a pasar estas regiones y otras y otras por ásperos caminos; traté y comuniqué varias naciones, viendo cosas y casos peregrinos, diferentes y estrañas condiciones, animales terrestres y marinos, tierras jamás del cielo rociadas, y otras a eterna lluvia condenadas. ¿Cómo me he divertido y voy apriesa del camino primero desviado? ¿Por qué así me olvidé de la promesa y discurso de Arauco comenzado? Alonso de Ercilla 188 Quiero volver a la dejada empresa si no tenéis el gusto ya estragado; mas yo procuraré deciros cosas que valga por disculpa el ser gustosas. Volveré a la consulta comenzada de aquellos capitanes señalados, que en la parte que dije diputada estaban diferentes y encontrados; contaré la elección tan porfiada, y cómo al fin quedaron conformados; los asaltos, encuentros y batallas, que es menester lugar para contallas. ¿Qué hago, en qué me ocupo, fatigando la trabajada mente y los sentidos, por las regiones últimas buscando guerras de ignotos indios escondidos y voy aquí en las armas tropezando, sintiendo retumbar en los oídos un áspero rumor y són de guerra y abrasarse en furor toda la tierra? Veo toda la España alborotada envuelta entre sus armas vitoriosas, y la inquieta Francia ocasionada descoger sus banderas sospechosas; en la Italia y Germanía desviada siento tocar las cajas sonorosas, La Araucana 189 allegándose en todas las naciones, gentes, pertrechos, armas, municiones. Para decir tan grande movimiento y el estrépito bélico y ruido es menester esfuerzo y nuevo aliento y ser de vos, Señor, favorecido; mas ya que el temerario atrevimiento en este grande golfo me ha metido, ayudado de vos, espero cierto llegar con mi cansada nave al puerto. Que si mi estilo humilde y compostura me suspende la voz amedrentada, la materia promete y me asegura que con grata atención será escuchada. Y entre tanto, Señor, será cordura pues he de comenzar tan gran jornada, recoger el espíritu inquieto hasta que saque fuerzas del sujeto. Alonso de Ercilla 190 Canto XXXVII En este último canto se trata cómo la guerra es de derecho de las gentes, y se declara el que el rey don Felipe tuvo al reino de Portugal, juntamente con los requerimientos que hizo a los portugueses para justificar más sus armas Canto el furor del pueblo castellano con ira justa y pretensión movido, y el derecho del reino lusitano a las sangrientas armas remitido. La paz, la unión, el vínculo christiano en rabiosa discordia convertido, las lanzas de una parte y otra airadas a los parientes pechos arrojadas. La guerra fue del cielo derivada y en el linaje humano transferida, cuando fue por la fruta reservada nuestra naturaleza corrompida. Por la guerra la paz es conservada y la insolencia humana reprimida, por ella a veces Dios el mundo aflige, le castiga, le emienda y le corrige; por ella a los rebeldes insolentes oprime la soberbia y los inclina, desbarata y derriba a los potentes y la ambición sin término termina; La Araucana 191 la guerra es de derecho de las gentes y el orden militar y diciplina conserva la república y sostiene, y las leyes políticas mantiene. Pero será la guerra injusta luego que del fin de la paz se desviare, o cuando por venganza o furor ciego, o fin particular se comenzare; pues ha de ser, si es público el sosiego, pública la razón que le turbare: no puede un miembro solo en ningún modo romper la paz y unión del cuerpo todo; que así como tenemos profesada una hermandad en Dios y ayuntamiento, tanto del mismo Christo encomendada en el último eterno Testamento, no puede ser de alguno desatada esta paz general y ligamiento, si no es por causa pública o querella y autoridad del rey defensor della. Entonces como un ángel sin pecado, puesta en la causa universal la mira, puede tomar las armas el soldado y en su enemigo esecutar la ira; y cuando algún respeto o fin privado le templa el brazo, encoge y le retira, demás de que en peligro pone el hecho, peca y ofende al público derecho. Alonso de Ercilla 192 Por donde en justa guerra permitida puede la airada vencedora gente herir, prender, matar en la rendida y hacer al libre, esclavo y obediente: que el que es señor y dueño de la vida, lo es ya de la persona y justamente hará lo que quisiere del vencido, que todo al vencedor le es concedido. Y pues en todos tiempos y ocasiones por la causa común, sin cargo alguno, en batallas formadas y escuadrones puede usar de las armas cada uno, por las mismas legítimas razones es lícito el combate de uno a uno, a pie, a caballo, armado, desarmado, ora sea campo abierto, ora estacado. En guerra justa es justo el desafío, la autoridad del príncipe interpuesta, bajo de cuya mano y señorío la ordenada república está puesta; mas si por caso propio o albedrío se denuncia el combate y se protesta, o sea provocador o provocado es ilícito, injusto y condenado, y los christianos príncipes no deben favorecer jamás ni dar licencia a condenadas armas que se mueven por odio, por venganza o competencia; La Araucana 193 ni decidan las causas, ni se prueben remitiendo a las fuerzas la sentencia, pues por razón oculta a veces veo que sale vencedor el que fue reo. Y el juicio de las armas sanguinoso justa y derechamente se condena, pues vemos el incierto fin dudoso, según la Suma Providencia ordena; que el suceso ora triste, ora dichoso no es quien hace la causa mala o buena, ni jamás la justicia en cosa alguna está sujeta a caso ni a fortuna. Digo también que obligación no tiene de inquirir el soldado diligente si es lícita la guerra y si conviene o si se mueve injusta o justamente; que sólo al rey, que por razón le viene la obediencia y servicio de su gente como gobernador de la república, le toca examinar la causa pública. Y pues del rey como cabeza pende el peso de la guerra y grave carga, y cuanto daño y mal della depende todo sobre sus hombros solo carga. Debe mucho mirar lo que pretende, y antes que dé al furor la rienda larga, Alonso de Ercilla 194 justificar sus armas prevenidas, no por codicia y ambición movidas. Como Felipe en la ocasión presente, que de precisa obligación forzado, en favor de las leyes justamente las permitidas armas ha tomado; no fundando el derecho en ser potente ni de codicia de reinar llevado, pues se estiende su cetro y monarquía hasta donde remata el sol su vía. Mas de ambición desnudo y avaricia (que a los sanos corrompe y inficiona), llamado del derecho y la justicia contra el rebelde reino va en persona; y a despecho y pesar de la malicia que le niega y le impide la corona, quiere abrir y allanar con mano armada a la razón la defendida entrada. Y aunque con justa indignación movido, sus fuerzas y poder disimulando detiene el brazo en alto suspendido, el remedio de sangre dilatando; y con prudencia y ánimo sufrido su espada y pretensión justificando quebrantará después con aspereza del contumaz rebelde la dureza. La Araucana 195 Oprimirá con fuerza y mano airada la soberbia cerviz de los traidores, despedazando la pujante armada de los galos piratas valedores; y con rigor y furia disculpada, como hombres de la paz perturbadores, muerto Felipe Strozi su caudillo, serán todos pasados a cuchillo. No manchará esta sangre su clemencia, sangre de gente pérfida enemiga, que si el delito es grave y la insolencia, clemente es y piadoso el que castiga. Perdonar la maldad es dar licencia para que luego otra mayor se siga; cruel es quien perdona a todos todo, como el que no perdona en ningún modo. Que no está en perdonar el ser clemente si conviene el rigor y es importante, que el que ataja y castiga el mal presente huye de ser cruel para adelante. Quien la maldad no evita, la consiente, y se puede llamar participante y el que a los malos públicos perdona la república estraga e inficiona. No quiero yo decir que no es gran cosa la clemencia, virtud inestimable, Alonso de Ercilla 196 que el perdonar vitoria es gloriosa, y en el más poderoso más loable; pero la paz común tan provechosa no puede sin justicia ser durable, que el premio y el castigo a tiempo usados sustentan las repúblicas y estados. Y no todo el exceso y mal que hubiere se puede remediar ni se castiga, que el tiempo a veces y ocasión requiere que todo no se apure ni se siga; príncipe que saberlo todo quiere sepa que a perdonar mucho se obliga: que es medicina fuerte y rigurosa descarnar hasta el hueso cualquier cosa. La clemencia a los mismos enemigos aplaca el odio y ánimo indignado, engendra devoción, produce amigos, y atrae el amor del pueblo aficionado; que el continuo rigor en los castigos hace al príncipe odioso y defamado: oficio es propio y propio de los reyes embotar el cuchillo de las leyes. Y se puede decir que no importara disimular los males ya pasados si dello ánimo el malo no tomara para nuevos insultos y pecados; La Araucana 197 el miedo del castigo es cosa clara que reprime los ánimos dañados y el ver al malhechor puesto en el palo, corrige la maldad y emienda al malo. Mas también el castigo no se haga como el indocto y crudo cirujano que siendo leve el mal, poca la llaga, mete los filos mucho por lo sano, y con el enconoso hierro estraga lo que sanara sin tocar la mano; que no es buena la cura y esperiencia si es más recia y peor que la dolencia. Quiérome declarar, que algún curioso dirá que aquí y allí me contradigo: virtud es castigar cuando es forzoso y necesario el público castigo; virtud es perdonar el poderoso la ofensa del ingrato y enemigo cuando es particular, o que se entienda que puede sin castigo haber emienda. Voime de punto en punto divirtiendo, y el tiempo es corto y la materia larga, en lugar de aliviarme, recibiendo en mis cansados hombros mayor carga; así de aquí adelante resumiendo lo que menos importa y mas me carga, Alonso de Ercilla 198 quiero volver a Portugal la pluma, haciendo aquí un compendio y breve suma. ¿Qué es esto, ¡oh lusitanos!, que engañados contraponéis el obstinado pecho y con armas y brazos condenados queréis violar las leyes y el derecho? ¡Qué! ¿No mueve esos ánimos dañados la paz común y público provecho, el deudo, religión, naturaleza, el poder de Felipe y la grandeza? Mirad con qué largueza os ha ofrecido hacienda, libertades y esenciones, no a término forzoso reducido, mas con formado campo y escuadrones; y casi murmurando, ha detenido las armas, convenciéndoos con razones, cual padre que reduce por clemencia al hijo inobediente a la obediencia. ¿Qué ciega pretensión, qué embaucamiento, qué pasión pertinaz desatinada saca así la razón tan de su asiento, y tiene vuestra mente trastornada, que una unida nación por sacramento y con la cruz de Christo señalada, envuelta en crueles armas homicidas, dé en sus propias entrañas las heridas, La Araucana 199 y unas mismas divisas y banderas salgan de alojamientos diferentes, trayendo mil naciones estranjeras que derraman la sangre de inocentes y introducen errores y maneras de pegajosos vicios insolentes, dejando con su peste derramada la católica España inficionada? A vos, Eterno Padre Soberano, el favor necesario y gracia pido y os suplico queráis mover mi mano pues en vos y por vos todo es movido, para que al portugués y al castellano dé justamente lo que le es debido, sin que me tuerza y saque de lo justo particular respeto ni otro gusto. Y pues Vos conocéis los corazones y el justo celo con que el mío se mueve, y en los buenos propósitos y acciones el principio tenéis y el fin se os debe, dadme espíritu igual, dadme razones con que informe mi pluma que se atreve a emprender (temeraria y arrojada) con tan poco caudal tan gran jornada. Queriendo Sebastián, rey lusitano, con ardor juvenil y movimiento Alonso de Ercilla 200 romper el ancho término africano y oprimir el pagano atrevimiento, prometiéndole entrada y paso llano su altivo y levantado pensamiento, allegó de aquel reino brevemente la riqueza, poder, la fuerza y gente. Mas el Rey don Felipe, que al sobrino vio moverse a la empresa tan ligero, el errado designio contravino con consejo de padre verdadero; y pensando apartarle del camino que iba a dar a tan gran despeñadero, hizo que en Guadalupe se juntasen para que allí sobre ello platicasen. No bastaron razones suficientes ni el ruego y persuasión del grave tío, ni una gran multitud de inconvenientes que pudieran volver atrás un río, ni el poner la cerviz de tantas gentes bajo de un solo golpe al albedrío de la inconstante y variable diosa, de revolver el mundo deseosa, que el orgulloso mozo, prometiendo lo que el justo temor dificultaba, los prudentes discursos rebatiendo, todos los contrapuestos tropellaba, y tras la libre voluntad corriendo su muerte y perdición apresuraba, La Araucana 201 que no basta consejo ni advertencia contra el decreto y la fatal sentencia. ¿Quién cantará el suceso lamentable aunque tenga la voz más expedida y aquel sangriento fin tan miserable de la jornada y gente mal regida, la ruina de un reino irreparable, la fama antigua en sólo un día perdida, todo por voluntad de un mozo ardiente, movido sin razón por acidente? Otro refiera el aciago día, que a los más tristes en miseria excede, que aunque sangrienta está la pluma mía, correr por tantas lástimas no puede. Quiero seguir la comenzada vía, si el alto cielo aliento me concede, que ya de aquesta parte también siento armarse un gran ñublado turbulento. Después que el mozo Rey voluntarioso al africano ejército asaltando, en el ciego tumulto polvoroso murió en montón confuso peleando, y la fortuna de un vaivén furioso derrocó cuatro reyes, ahogando Alonso de Ercilla 202 la fama y opinión de tanta gente, revolviendo las armas del Poniente, fue luego en Portugal por rey jurado don Enrique, el hermano del agüelo Cardenal y presbítero ordenado, persona religiosa y de gran celo, de años y enfermedades agravado, más que para este mundo para el cielo, ofreciéndole el reino la fortuna, con poca vida y sucesión ninguna. El gran Felipe, en lo íntimo sintiendo del reino y muerto Rey la desventura, y del enfermo don Enrique viendo la mucha edad y vida mal segura, como sobrino y sucesor, queriendo aclarar su derecho en coyuntura, que por la transversal propincua vía a los reyes y títulos tenía, con celosa y loable providencia hizo juntar doctísimos varones de grande christiandad y suficiencia, desnudos de interese y pretensiones, que conforme a derecho y a conciencia, no por torcidas vías y razones, mirasen en el grado que él estaba si el pretendido reino le tocaba. La Araucana 203 Que doña Catalina, como parte, Duquesa de Verganza, pretendía por hija del infante don Duarte que de derecho el reino le venía; y también don Antonio de otra parte a la corona y cetro se oponía; mas aunque del común favorecido, era por no legítimo escluido; y que hecho el examen, cada uno, a tan arduo negocio conveniente, sin miramiento ni respeto alguno diesen sus pareceres libremente; porque en tiempo quieto y oportuno, prevenido al mayor inconveniente, si el reino a la razón no se allanase, sus armas y poder justificase. Todos los cuales claramente viendo que el transversal por ley y fuero llano no representa al padre, sucediendo el legítimo deudo más cercano, el varón a la hembra prefiriendo, y al de menos edad el más anciano, yendo la sucesión y precedencia por derecho de sangre y no de herencia, don Antonio escluido y apartado por ley humana y por razón divina, Alonso de Ercilla 204 y el derecho igualmente examinado de don Felipe y doña Catalina decendientes del tronco en igual grado, él sobrino de Enrique, ella sobrina, él varón, ella hembra, él rey temido, mayor de edad y de mayor nacido, atento al fuero, a la costumbre, al hecho y otras muchas razones que juntaron con recto, justo, igual y sano pecho, sin discrepar, conformes declararon ser don Felipe sucesor derecho y el reino por la ley le adjudicaron con tierras, mares, títulos y estados bajo de la corona conquistados. Vista, pues, don Felipe su justicia por tan bastantes hombres declarada, sospechoso del odio y la malicia de la plebeya gente libertada, y la intrínsica y vieja inimicicia en los pechos de muchos arraigada, quiso tentar en estas novedades el ánimo del pueblo y voluntades. Y con piadoso celo, deseando el bien del reino y público sosiego, en la mente perpleja iba trazando cómo echar agua al encendido fuego, La Araucana 205 por todos los caminos procurando aquietar el común desasosiego, que ya con libertad, sin corregirse comenzaba en el pueblo a descubrirse. Para lo cual fue dél luego elegido don Christóbal de Mora, en quien había tantas y tales partes conocido cuales el gran negocio requería: de ilustre sangre en Portugal nacido de quien como vasallo el Rey podría con ánimo seguro y esperanza hacer también la misma confianza, y enterarse del celo y sano intento tantas veces por él representado, entendiendo la fuerza y fundamento de su causa y derecho declarado; no traído por término violento ni deseo de reinar desordenado mas por rigor de la justicia pura, por ley, razón, por fuero y por natura. Así que esto por él reconocido como de rey tan justo se esperaba, mirase el gran peligro en que metido el patrio reino y christiandad estaba; y tuviese por bien fuese servido de sosegar la alteración que andaba, Alonso de Ercilla 206 declarándole en forma conveniente por sucesor derecha y justamente. Con que en el suelto pueblo cesaría el tumulto y escándalos estraños, y su declaración atajaría grandes insultos y esperados daños, haciendo que en la forma que solía, para después de sus felices años, el reino le jurase según fuero, por legítimo príncipe heredero. Hecha por don Christóbal la embajada y de Felipe la intención propuesta, tibiamente de Enrique fue escuchada, dando una ambigua y frívola respuesta, que por más que le fue representada la justicia del Rey tan manifiesta, procuraba con causas escusarse sin querella aclarar ni declararse. Visto, pues, dilatar el cumplimiento de negocio tan arduo e importante, por donde el popular atrevimiento iba, cobrando fuerzas, adelante, don Felipe envió con nuevo asiento largo poder y comisión bastante para sacar resolución alguna a don Pedro Girón, duque de Osuna, La Araucana 207 y al docto Guardiola juntamente, porque con más instancia y diligencia, vista de la tardanza el daño urgente contra la paz común y convenencia, diesen claro a entender cuán conveniente era en tan gran discordia y diferencia, que el rey se declarase por decreto, cortando a mil designios el sujeto. Y porque cosa alguna no quedase por hacer y tentar todos los vados, y la ciega pasión no perturbase el sosiego y quietud de los estados, antes que el odio oculto reventase, dos eminentes hombres señalados de los que en su Real Consejo había últimamente a don Enrique envía: uno Rodrigo Vázquez, que en prudencia, en rectitud, estudio y diciplina era de grande prueba y esperiencia, de claro juicio y singular dotrina; el otro de no menos suficiencia, famoso en letras, el doctor Molina, ambos varones raros, escogidos, en gran figura y opinión tenidos; para que Enrique, dellos informado, y de todas las dudas satisfecho, Alonso de Ercilla 208 a las Cortes que ya se habían juntado informasen también de su derecho, y al pueblo contumaz y apasionado, puesto delante el general provecho, fueros y libertades prometiesen con que a su devoción le redujesen. Y aunque entendiese el viejo Rey prudente ser esto lo que a todos convenía, pues por la espresa ley derechamente el reino a su sobrino le venía, con larga dilación impertinente el negocio suspenso entretenía, a fin que aquellos súbditos y estados fuesen con más ventaja aprovechados. Pues como hubiese el tardo Rey dudoso el término y respuesta diferido, llegó aquél de la muerte presuroso, del Autor de la vida estatuido: por donde al sucesor le fue forzoso viendo al rebelde pueblo endurecido, juntar contra sus fines y malicia las armas, y el poder con la justicia, habiendo antes con todos procurado muchos medios de paz por él movidos, provocando al temoso y porfiado con dádivas, promesas y partidos; La Araucana 209 mas el poblacho terco y obstinado, no estimando los bienes ofrecidos, la enemistad del todo descubierta, al derecho y razón cerró la puerta. ¡Quién pudiera deciros tantas cosas como aquí se me van representando: tanto rumor de trompas sonorosas, tanto estandarte al viento tremolando las prevenidas armas sanguinosas del portugués y castellano bando, el aparato y máquinas de guerra, las batallas de mar y las de tierra! Veránse entre las armas y fiereza materias de derecho y de justicia, ejemplos de clemencia y de grandeza, proterva y contumaz enemicicia, liberal y magnánima largueza que los sacos hinchó de la codicia, y otros matices vivos y colores que felices harán los escritores. Canten de hoy más los que tuvieren vena, y enriquezcan su verso numeroso pues Felipe les da materia llena y un campo abierto, fértil y espacioso: que la ocasión dichosa y suerte buena vale más que el trabajo infrutuoso, Alonso de Ercilla 210 trabajo infrutuoso como el mío, que siempre ha dado en seco y en vacío. ¡Cuántas tierras corrí, cuántas naciones hacia al helado norte atravesando, y en las bajas antárticas regiones el antípoda ignoto conquistando! Climas pasé, mudé constelaciones golfos innavegables navegando, estendiendo, Señor, vuestra corona hasta casi la austral frígida zona. ¿Qué jornadas también por mar y tierra habéis hecho que deje de seguiros? A Italia, Augusta, a Flandes, a Inglaterra, cuando el reino por rey vino a pediros; de allí el furioso estruendo de la guerra al Pirú me llevó por más serviros, do con suelto furor tantas espadas estaban contra vos desenvainadas. Y el rebelde indiano castigado y el reino a la obediencia reducido, pasé al remoto Arauco, que alterado había del cuello el yugo sacudido, y con prolija guerra sojuzgado y al odioso dominio sometido, seguí luego adelante las conquistas de las últimas tierras nunca vistas. La Araucana 211 Dejo por no cansaros y ser míos, los inmensos trabajos padecidos, la sed, hambre, calores y los fríos, la falta irremediable de vestidos; los montes que pasé, los grandes ríos, los yermos despoblados no rompidos, riesgos, peligros, trances y fortunas que aún son para contadas importunas. Ni digo cómo al fin por acidente del mozo capitán acelerado, fui sacado a la plaza injustamente a ser públicamente degollado; ni la larga prisión impertinente do estuve tan sin culpa molestado ni mil otras miserias de otra suerte, de comportar más graves que la muerte. Y aunque la voluntad, nunca cansada, está para serviros hoy más viva, desmaya la esperanza quebrantada viéndome proejar siempre agua arriba. Y al cabo de tan larga y gran jornada hallo que mi cansado barco arriba y de la adversa fortuna contrastado lejos del fin y puerto deseado. Mas ya que de mi estrella la porfía me tenga así arrojado y abatido, Alonso de Ercilla 212 verán al fin que por derecha vía la carrera difícil he corrido; y aunque más inste la desdicha mía, el premio está en haberle merecido y las honras consisten, no en tenerlas, sino en sólo arribar a merecerlas. Que el disfavor cobarde que me tiene arrinconado en la miseria suma, me suspende la mano y la detiene haciéndome que pare aquí la pluma. Así doy punto en esto pues conviene para la grande innumerable suma de vuestros hechos y altos pensamientos otro ingenio, otra voz y otros acentos. Y pues del fin y término postrero no puede andar muy lejos ya mi nave, y el tímido y dudoso paradero el más sabio piloto no le sabe, considerando el corto plazo, quiero acabar de vivir antes que acabe el curso incierto de la incierta vida, tantos años errada y destraída. Que aunque esto haya tardado de mi parte y a reducirme a lo postrero aguarde, sé bien que en todo tiempo y toda parte para volverse a Dios jamás es tarde; La Araucana 213 que nunca su clemencia usó de arte y así el gran pecador no se acobarde, pues tiene un Dios tan bueno, cuyo oficio es olvidar la ofensa y no el servicio. Y yo que tan sin rienda al mundo he dado el tiempo de mi vida más florido, y, siempre por camino despeñado mis vanas esperanzas he seguido, visto ya el poco fruto que he sacado y lo mucho que a Dios tengo ofendido, conociendo mi error, de aquí adelante será razón que llore y que no cante. FIN DE LA TERCERA PARTE DE LA ARAUCANA Alonso de Ercilla 214 Tabla de las cosas más notables desta Tercera parte de La Araucana A Asalto al fuerte de los españoles en el valle de Tucapel XXXI, 45 Andresillo, indio yanacona de los españoles, descubre al capitán Reynoso el trato doble XXXI, 5 Andresillo entra con Pran, soldado de Caupolicán, en el fuerte XXXI, 26 C Caupolicán envía a Pran por espía al alojamiento español XXX, 43 Caupolicán habla con Andresillo sobre el dar el asalto al fuerte XXXI, 12 Confederación de Rengo y Tucapel XXX, 23 Caupolicán, roto, deshace el ejército y se reduce a andar privadamente XXXII, 24 Confesión de Caupolicán y habla que hizo a Reynoso XXXIV, 5 D Derecho del rey don Felipe al reino de Portugal y justificación de sus armas XXXVII, 14 Don Alonso de Ercilla halla a Millalauca, mujer principal mal La Araucana 215 herida XXXII, 32 Desafíos condenados por todas leyes XXX, 1 Don Alonso de Ercilla cuenta la historia de la reina Dido XXXII, 54 Dido lanza en el mar los sacos de arena XXXll, 80 F Fin del combate de Tucapel y Rengo XXX, 7 Fundación de Cartago por la reina Dido XXXII, 5 H Huye Dido de su hermano Pigmaleón XXXII, 70 Hazaña, aunque bárbara, de Fresia, mujer de Caupolicán XXXIII, 76 J Junta de los caciques a la eleción de General XXXIV, 38 L Lamentación de Dido sobre las cenizas de Sicheo XXXII, 59 La guerra es de derecho de las gentes XXXVII, 7 M Muerte de Caupolicán XXXIV, 19 Muévese el rey don Felipe contra los rebeldes de Portugal XXXVII, 61 Muerte de Pran XXXII, 15 Muerte de Dido XXIII, 51 P Alonso de Ercilla 216 Pran se descubre a Andresillo, yanacona de los españoles XXX, 49 Prisión de Caupolicán XXXIII, 78 R Razonamiento de Caupolicán junto al palo XXXIV, 25 Razonamiento de Pran a Andresillo XXX, 50 Respuesta de Andresillo a Caupolicán en que le promete ayuda XXXI, 21 Razonamiento de los embajadores de Cartago XXXIII, 21 Respuesta de Dido a la embajada de Yarbas XXXIII, 28 Razón por qué los desafíos son condenados XXX, 1 Razonamiento de Dido a los ministros de su hermano XXXII, 84 FIN DE LA TABLA

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